miércoles, 20 de diciembre de 2017

José Luis Gómez Toré / Hotel Europa









José  Luis Gómez Toré
























Decía Paul Celan que escribir es mandar un mensaje en una botella para que alguien lo recoja en la «del corazón». La poesía de Gómez Toré, de fragilidad punzante, poderosa en la consciencia de su precariedad esencial, nos golpea en el centro mismo de esa herida indecible, indeleble, cada vez más sangrante. Construye, con restos y destellos, una elegía detenida que se alimenta de mitos ancestrales, de realidades acuciantes, de hoy. La imposibilidad de narrar, que compartimos aquellos que pensamos –nuevamente con Celan- que la poesía no se impone, sino que se expone, es señalada en su constante e intenso bordear sin nombrar «lo roto», «lo calcinado», la ruina, el despojo. En su quehacer de palabra melancólica, siempre tentativa, siempre insuficiente y en suspenso, señala, cuestiona, apunta al dolor y conflicto de nuestros tiempos suturados –cómo no recordar a Whitman o a Shakespeare-, a las tragedias que nos siguen cercando –ese «tiempo adicto a las catástrofes»-. No hay promesa de luz más que la reflejada, fugazmente, en el agua.

María José Bruña Bragado





Todos menos el último de los poemas que publicamos a continuación pertenecen al libro Hotel Europa.

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RECORDANDO AL ENFERMERO WHITMAN



Velar la retaguardia,
pronunciar lo ilegible,
decir lo roto, el resto calcinado,
lo que no quiere ser proclama o documento.

Las palabras levantan
un hospital precario,
un refugio irrisorio
que dobla la intemperie.

Inútil,
pero no miente un orden,
no inventa el final del relato.
Se resiste a narrar.

En el centro, la herida.


                                                   





CUADERNO DE MOZAMBIQUE, 1 (HACIA SONGO)



La noche huele a leña que se quema en la hermandad de hogueras alejadas.

Bajo su piel esta noche se empeña en ocultarnos el rescoldo mojado del sol último.

A fuego lento se cuecen las historias, se cuece el alimento compartido, la humedad rota, el sueño de la tierra.

Nos alejamos demasiado deprisa sin saber qué madera enciende aún la noche.





ELECTRA



No hay reparación.
Esta orfandad es nuestra
y ya la conocieron nuestros padres.
No se repite el crimen,
sí la herida,
sí la mano detenida en el aire
una vez y otra vez.

La venganza
dura más que los dioses

y la sangre
solo la bebe el polvo.


                                      




INFORME Y PROFECÍA



El príncipe sostiene sin ceremonia alguna el cerebro del héroe, que aún gotea formol. Dos hemisferios como un mundo completo, a pesar del problema del alma y de los números, a pesar del lenguaje desparramándose igual que una infección por redes neuronales y esa pasta viscosa que precede a los símbolos. Aunque nos complace ocultarlo, somos un pueblo que ama las simetrías y las repeticiones. Y nunca se detiene la rueda del incesto y la venganza. No importa cuál fue el primero de los crímenes entre tantos que vinieron después. En el comienzo siempre los fantasmas. En el nombre del padre. Y voraz la promesa.





ELEGÍA



Son demasiados signos para este tiempo adicto a las catástrofes. El reflejo del sol en la piscina, las cargas policiales, los gritos de los niños en el agua, el río que se arrastra con pereza infinita entre los basurales de Maputo, la historia interminable de la sed. Demasiada ironía. Como si nos sobraran las palabras. Como si no estuvieran ya rotos los espejos.

Son pocas las certezas: no ordenar las imágenes, no borrar la sutura, mantener a distancia el porvenir.








HOTEL EUROPA



El resto es este rumor inconsolable, este chocar de esferas que van a la deriva. Desde aquí escucho los valses del Imperio con un aire de jazz mientras insisten lejos los obuses con su secreta música. Soy el último. El que husmea los sótanos, el animal dormido en las alcantarillas, el que friega furioso el suelo del lavabo y reclama su óbolo de avispas o silencio. Guardo entre noticias que fueron siempre viejas una corona de metal oxidado y los galones dorados del ujier. Es borroso tu rostro y, sin embargo, persigo cada noche tu cabellera lentísima en mis sueños. A veces, raras veces, he logrado olvidarme de tu nombre y entonces eres un número, el destino velado en cifras que no duelen. Porque el miedo es también un manojo de llaves, he abierto tantas puertas sin encontrarte nunca. Alguien me habló de ti. Posaba de pirata delante del espejo mientras los verdaderos nómadas cruzaban las fronteras. No quiero otro silencio sino el tuyo. Ni siquiera la obscenidad me sirve ya, Cordelia. ¿No te acuerdas de mí? Soy el padre de nadie, el que hace las cuentas con el amor de otros. Desde aquí escucho el chocar violento de las copas, cómo parten los trenes cargados de consignas. Yo guardo su secreto. Me empeño en ser el último. Todavía no he aprendido a callarme. Lo haré pronto.







ZÚRICH


                                                    la catedral
                                                         estaba al otro lado, venía
                                                         con algo de oro sobre el agua
                                                
                                                                                      Paul Celan


Nos empeñamos en merecer la luz.
Gólgota. Escalera de Jacob.
Ícaro que cae de la torre de Babel.

Nos reclaman idiomas y banderas,
pero si hablamos,
si todavía hablamos,
si escribimos en una lengua que arde,
es porque no queremos dejar rastro.

Cargamos tantos nombres.
Da miedo atravesar los  puentes.
Una huella resiste.
Piedra o ala.

                                                      




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JOSÉ LUIS GÓMEZ TORÉ (Madrid, 1973) Ha publicado los libros de poemas Contra los espejos (Asociación de Escritores y Artistas Españoles, 1999, premio Blas de Otero), Se oyen pájaros (Estruendomudo, 2003), He heredado la noche (Rialp, 2003, accésit del Premio Adonais), Fragmentos de un cantar de gesta (Pre-Textos, 2007) y Un corte que no sangra (Trea, 2015).  Es  autor, en colaboración con la artista Marta Azparren, de Claroscuro del bosque (Amargord, 2011), cuyo texto fue incluido por el compositor Sergio Blardony en su obra «Entre dos extremos negros» estrenada el 13 de diciembre de 2011 en el Auditorio Nacional (Claroscuro del bosque ha dado pie también a un trabajo en video, "Hacia Todtnauberg" de Marta Azparren). Ha escrito, entre otros, los ensayos La mirada elegíaca. El espacio y la memoria en la poesía de Francisco Brines (Pre-Textos, 2002, Premio Internacional Gerardo Diego de Investigación Literaria) y El roble de Goethe en Buchenwald (libros de la resistencia, 2015). Ha traducido a Paul Celan, Erich Arendt, J.W. von Goethe y Jacques Ancet.




MARÍA JOSÉ BRUÑA BRAGADO (Zamora, 1976) es profesora titular de la Universidad de Salamanca. Ha publicado los ensayos críticos Delmira Agustini. Dandismo, género y reescritura del imaginario modernista (Peter Lang, 2005) y Cómo leer a Delmira Agustini: algunas claves críticas (Verbum, 2008), así como, junto a Valentina Litvan, la antología Austero desorden. Voces de la poesía uruguaya reciente (Verbum, 2011). Su último libro es la edición crítica Todo de pronto es nada (Ediciones Universidad de Salamanca, 2015) de la poesía de Ida Vitale, XXIV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.






                                                      

martes, 17 de octubre de 2017

María Ángeles Pérez López / Atavío y puñal







María Ángeles Pérez López
























Con vocación narrativa y una escritura que es propiamente pintura, visión plástica y táctil, María Ángeles Pérez López enhebra una sucesión de personajes dramáticos (no en vano una cita de 2666, de Roberto Bolaño, ancla las que abren el libro) que se funden en un solo dolor, una sola causa desesperanzada, urgente e innegociable.

Atavío y mortaja, se diría del efecto de ese hilo que hilara Remedios Varo y que Frida Kahlo aceptaría para bordar sus últimos trajes; fotografía despojada en un autorretrato de Claude Cahun, de Yayoi Kusama; una aventura interior. Una visión («la mujer pinta un prado y saltamontes / sobre su calva blanca y aterida») o un dolor al que dar forma, ése parece el mandato que ha escuchado la poeta, la artista.

Olvido García Valdés




La selección de poemas que publicamos pertenece a su libro Atavío y puñal (Olifante, 2012).


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[Ciervos]


La mujer espera la llegada de los ciervos.
Se sienta en la cuneta y se descalza.
Con la uña más pequeña de su pie
rasca la tierra blanda y enmohecida
hasta arrancar un árbol de raíz.
Con un dedo invisible en su estatura,
remoto soberano primordial
empuja los nogales, los gomeros,
las hayas y los robles, los manzanos.
Después, bajo la lluvia, se arrepiente
mientras le late el pánico en la ropa.
El dedo mutilado es como el odio
del árbol mutilado, en la mujer
que se pinta en los labios treinta y dos
piezas dentales blancas, esmaltadas
con las que no morderse los pezones
ni llorar por los árboles caídos
y que suben despacio, en sus alveolos,
como subió cada árbol a su copa.
Del tronco descuajado, vuelto torre
gemela de otras torres neoyorquinas
caen los pájaros muertos, las personas
como estorninos muertos, el ramaje
como chicharra muerta, los tablones
como féretros muertos para Irak.
La mujer entretanto se avergüenza,
guarda el dedo y su uña, sus dolores, 
el esponjoso hueco de la encía
en que ató cada diente su raíz
y levantó una torre mineral.
A su lado, los árboles reposan
su tiempo de madera, griterío
de perros y de niños clausurados,
los brazos y las piernas como ramas
taladas con dolor contra la tierra.
Los animales huyen espantados.
Los ciervos se disculpan y no vienen.

                  




[Ombligo]


De su ombligo pequeño, la mujer
saca un hilo invisible y despiadado
con el que fabricarse una peluca.
Tira de él, lo devana en un carrete
y teje una melena amarillenta
para tapar su calva, su pesar,
su cráneo endurecido por la quimio.
Cada porción minúscula de pelo
equivale al total exactamente,
en un píxel de la hebra rectilínea 
es completa la masa celular,
resume lo heredado y lo futuro,
el tiempo en su promesa y su baúl.

Por su ombligo pequeño, la mujer
se levanta sin lágrimas, pasea
por el pasillo blanco de hospital
y mira sin rencor y sin pestañas.
Después pinta con yodo su peluca
y sonríe despacio ante el espejo
con su hermosura intacta y sin dolencia.
El yodo trae el mar y las gaviotas;
su perfume es salitre y condición
de isótopo soluble, hospitalario
que acaricia la calva, cicatriz.

De su ombligo no nace ningún loto,
no hay belleza redonda o proporción
áurea que mida el mundo y a los hombres,
sino solo el trajín deshilachado
del útero manchado de pobreza
que alberga, como un cuerpo en otro cuerpo,
la condición fibrosa del tumor.
Pero ella no se queja ni lamenta,
pinta un pez de agua dulce entre su pelo
y lo peina despacio y entregada.






[Elefantes]


Como los elefantes, la mujer
se inquieta ante los huesos de su especie,
mueve nerviosamente la cabeza,
se extravía y tropieza en su dolor.
Los esqueletos largos, mascarones
que arrojaron el mar y el pleistoceno
para dormir, lavados por el agua
hasta volverse láminas de luz,
son una herida abierta y silenciosa
que los grandes mamíferos levantan
con tal delicadeza, con colmillos
en su arabesco y su melancolía.
Porque los elefantes, la mujer,
elevan la osamenta de los suyos
y los acunan con sus grandes dientes,
los mecen con pasión y con trastorno.
Como los elefantes, la mujer
cubre su piel de arena y de termitas,
arroja a sus costillas, su espaldar
la tierra de sus muertos, se recubre
de su aspereza seca, ventolera
o ráfaga de tiempo calcinado 
y canta lentamente una canción
que en su baja frecuencia, solo escuchan
congéneres lejanos, primordiales.
Cuando pinta sus dientes de marfil,
dentina opaca y blanca, romboidal
que prestigia su boca y su alegría,
la mujer talla en ellos la aflicción
preciosa, endurecida como laja
que atraviesa la luz y la somete.

                             a Esteban Peicovich, por «El otro amor»






[Exacto centro]


En el exacto centro de su centro
la mujer pinta el vértigo y se asoma.
Como los gatos negros de la noche,
camina alrededor, mide el vacío,
se asoma a su avispero, su intervalo
de dolor a dolor, su abismamiento
y acerca los dos pies, la coyuntura
en que el barranco traga las palabras,
piedritas ya vencidas por su lastre.
Con su rencor purísimo y amargo
que es la fermentación de la mentira,
la mujer vuelca ácido carbónico
en su esternón, el hueso valeroso
cuya forma es la grieta, la fractura
en la concentración de la materia.
Vierte también vinagre y disolventes
sobre su corazón como una zanja
y en el abismo pinta un nuevo abismo,
un agujero negro en que la luz
nunca puede salir, queda exigida
a su larga derrota, su fortuna
de los días fatídicos, sus trece.
Asomada a su pozo, ya invisible,
se entrega a la pasión, la noche oscura,
el vértigo pintado sobre el hueso
de quien subida al piso veintiocho
en su azotea y su angustia vertical,
se tizna con carbón, tiñe su piel
de negro sobre negro y ensombrece
desaires, precipicios y basaltos.
Tan solo brilla el miedo, el corazón.

                                  a Reina María Rodríguez






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MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ (Valladolid, 1967) es poeta y profesora titular de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de Salamanca. Ha publicado los libros Tratado sobre la geografía del desastre (1997), La sola materia (Premio de Poesía «Tardor», 1998), Carnalidad del frío (Premio de Poesía «Ciudad de Badajoz», 2000), La ausente (2004), Atavío y puñal (2012) y Fiebre y compasión de los metales (finalista del Premio Nacional de la Crítica, 2016); así como las plaquettes El ángel de la ira (1999) y Pasión vertical (2007).

Antologías de su obra han sido publicadas en Caracas, Ciudad de México, Quito, Nueva York, Monterrey y Bogotá. Acaba de aparecer la antología Algebra dei giorni (Álgebra de los días), edición bilingüe traducida por Emilio Coco en Italia para la editorial Raffaelli. Poemas suyos han sido incluidos en publicaciones de varios países y traducidos a diversas lenguas.