Un viaje por el río Colorado
(1869)
Los indios cuentan que había una vez un gran jefe que se lamentaba desconsoladamente tras la muerte de su mujer: se apareció el dios Ta-vwoats ofreciéndole tallar una senda por las montañas para llevarlo al paraíso y mostrarle que su mujer se hallaba en tierras más venturosas. El jefe prometió, obligado a su regreso, que nunca revelaría la ubicación de aquel lugar, pues su pueblo, que vivía bajo los rigores del desierto, ambicionaría seguir esa senda al paraíso. Entonces, el dios Ta-vwoats, sabedor de las flaquezas humanas, envió un río desenfrenado y embravecido por aquella senda: las gargantas del cañón del Colorado.
Izamos nuestros pendones y empujamos las barcas desde la orilla.
Y yo no sé, ay no sé,
qué gozos están allí
Oteros con formas raras. La cabecera del primer cañón: brillantes rocas bermellonas. La llamamos Garganta de las Llamas.
Nos adentramos ya muy ansiosos por el misterioso cañón. Dicen que no se puede navegar. Los indios dicen: “Pila de agua atrapar”.
Medrosos mortales avanzan y se arredran
y permanecen temblorosos en la orilla,
y sienten temor de arrojarse
Los primeros rápidos. Enhebramos el paso a una velocidad vertiginosa: crestas espumosas por encima de nosotros mientras nos zambullimos en sus senos.
Un gran alivio cuando llegamos a las tranquilas aguas abajo. El cañón forma una U alargada y lo llamamos Cañón de la Herradura.
Los martines pescadores retozan en los arroyos. Llamamos a estos lugares Arroyo del Martín Pescador, Parque del Martín Pescador y Cañón del Martín Pescador.
Cientos de golondrinas revolotean por los acantilados como enjambres de abejas; la llamamos Punta Colmena.
El paisaje se deleita con la luz del sol.
Despierta y con el sol, alma mía,
con la fase diaria del deber porfía
Rápidos peligrosos, y luego más rápidos peligrosos. Un viejo indio me había dicho de este cañón: “Rocas amontonar altas, agua ir juu-wuug, juu-wuug...”
De muchos caudales antiguos
de muchas prósperas llanuras,
nos conminan a liberar
del grillo del error su tierra
Sin rocas que nos estorben: a velocidad de ferrocarril. Nuestras barcas surcan las olas como ciervos asustados saltando sobre árboles caídos.
La luz del día es serena
Aguas tranquilas. Un rugido amenazador a lo lejos.
En lo alto de las rocas, una inscripción:
ASHLEY 18 5.
¿Es 1835 o 1855? Habíamos oído hablar una vez de un grupo que se ahogó en su intento de surcar el río.
Frágiles hijos del polvo, y débiles como frágiles
Llamamos a la cascada Salto Ashley.
[...]
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A Journey on the Colorado River
(1869)
The Indians say that once there was a great chief who was inconsolable in his mourning for his wife. The god Ta-vwoats appeared to him, and offered to carve a trail through the mountains and take him to paradise, to show him that his wife was in a happier land. When they returned, the chief was made to promise that he would never reveal where he had been, for his people, living in the harshness of the desert, would all want to follow that trail to paradise. Then, mindful of human frailties, the god Ta-vwoats sent a mad and raging river down that trail: the canyon gorges of the Colorado.
We raise our little flags and push the boats from shore.
I know not, O I know not,
what joys await us there
Curiously shaped buttes. The head of the first canyon: bright vermilion rocks. We name this Flaming Gorge.
With not a little anxiety, we enter the mysterious canyon. They say it can’t be run. The Indians say: “Water heap catch ’em.”
Timorous mortals start and shrink,
and linger shivering on the brink,
and fear to launch away
The first rapids. We thread the passage with exhilarating velocity, foaming crests above us as we plunge into troughs.
The great relief when we reach the quiet water below. The canyon is in the shape of an elongated U, and we name it Horseshoe Canyon.
Kingfishers play about the streams. We name these places Kingfisher Creek, Kingfisher Park, and Kingfisher Canyon.
Hundreds of swallows flit about the cliffs like swarms of bees; we name it Beehive Point.
The landscape revels in the sunshine.
Awake, my soul, and with the sun
thy daily stage of duty run
Dangerous rapids, and then more dangerous rapids. An old Indian had told me about this canyon: “The rocks heap heap high, the water go hooo-woogh, hoo-woogh. . .”
From many an ancient river,
from many a palmy plain,
they call us to deliver
their land from error’s chain
No rocks in the way: railroad speed. Our boats ride the waves like startled deer leaping over fallen trees.
The daylight is serene
Calm water. A threatening roar in the distance.
High on the rocks above, an inscription:
ASHLEY 18 5.
Is it 1835 or 1855? We had heard tell of a party that had once attempted the river and drowned.
Frail children of dust, and feeble as frail
We name the cataract here Ashley Falls.