Haiku y Zen / Alberto Silva
Utamaro Kitagawa (1753-1806) |
Dejados a su escueta materialidad, los Haiku japoneses son tercetos de 5/7/5 sílabas (señalo una tendencia, no una matemática). Su rigurosa brevedad remite de pronto a los micro-relatos de Augusto Monterroso. Pese a parecer bien poca cosa, los Haiku activan la retórica de una especie de arte povera: tienen kigo (palabra de estación), rima asonante y kireji (clímax silábico); en cambio renuncian a género, número, tiempos de conjugación y a menudo adjetivos y verbos. Teniendo en cuenta estos datos, podemos centrarnos en el impulso creador que caracteriza al Haiku, y a su vínculo con el Zen.
Haiku es sin duda «palabra rodeada de silencio», como deseaba Edmond Jabès de cualquier poesía. A la vez alude a un tipo de experiencia, estética y contemplativa. Pero si escogemos explicarlo al modo del sudeste de Asia, Haiku sería la forma que en un momento oportuno toma el vacío substancial característico de la persona, instancia que en Occidente siguen por error llamando sujeto y que en el Este, más cautelosos, escuetamente denominan eso.
En la historia cultural japonesa Haiku y Zen se entrelazan, formando una tupida y resistente malla. Cómplices de un proceso vital y creativo lleno de analogías, uno y otro se alejan de criterios de causa y efecto. En modo inverso, funcionan con sincronicidad y mutua imbricación de estímulo y respuesta, rasgo común a ambas experiencias contemplativas. Para contemplar la realidad, Haiku y Zen buscan caminos de despertar asumibles según su propio dinamismo. Así, una poesía despierta ha de seguir cumpliendo los requisitos visuales, tímbricos y estéticos de la retórica: un verso tiene que sonar bien, evocar, conmover al escucha o lector, mostrar sin tener que demostrar (a lo Ezra Pound); se le pide ser buena poesía. Por su parte, el renacimiento que promueve el Zen ha de verse reflejado en la vida de seres singulares; se le exige ser concreto y observable, con un decir y un hacer coherentes.
Muchos poetas del Haiku han sido practicantes de zazen: pocos alcanzaron la altura de Matsuo Bashô. Numerosos practicantes de zazen ensayan la escritura del Haiku: el lector ha de evaluar en cada caso el resultado. Observando la relación entablada por ambos desde hace siglos, interesa reconocer terrenos de afinidad entre el proyecto del Haiku y el del Zen. Elogio del instante, relativización de la lógica convencional, descarada prescindencia de la autoridad (religiosa, estética, cultural), cultivo de la paradoja. En lo formal, ambas vías enfatizan la objetividad desnuda, la concreción, la simultaneidad de realidades contrastadas, el carácter abierto e indeterminado de lo real.
Haiku y Zen comparten la búsqueda del «corazón sagrado del instante» (por citar a Yves Bonnefoy). Lo que permanece de sus intentos denodados no son más que versos breves, con suerte contundentes. Vierto algunos, propicios para la primavera, en versión original (kanji y romaji), al pie de la traducción castellana. Y los presento al modo que Bashô solía: entrelazando prosa (kattô) y poesía, haciéndose eco momentáneo de un evento. Al decir suyo, «Haiku es algo que ocurre en algún momento, en algún lugar».
Abre el oído,
somételo
al silencio de las flores
Abre el oído,
somételo
al silencio de las flores
[Onitsura]
順ふや音なき花も耳の奥 鬼貫
Shitagau ya oto naki hana mo mimi no oku
Zen y poesía crean silencio. Somos testigos de lo que ocurre siempre y cuando estemos instalados en la eclosión de los sentidos. Zen y poesía son vías para despertar a los sentidos y permitirnos, así, presenciar la vida del universo:
En el silencio,
el roce, apenas,
de unos pétalos
de ciruelo
[Chora]
静かさや散るにすれあふ花の音 樗良
Shizukasa ya chiru ni sureau hana no oto
Lo que estimula convoca la emoción. Poesía y Zen son modos sutiles de auto-estimulación. Laten el corazón del meditante y el del poeta. Sienten lo mismo:
Meterse dentro del ciruelo
a base de cariño,
a base de olfato
[Onitsura]
梅をしる心もおのれ鼻もおのれ 鬼貫
Ume wo shiru kokoro mo onore hana mo onore
Zen y poesía imantan todos los tiempos en el presente de la respiración. ¿Tiempo cósmico, geográfico, cronológico? Se fusionan en kairós, tiempo del acontecimiento:
Todo florece
Se me hace tarde
volviendo a casa
por el sendero
[Buson]
花にくれて我が家遠き野道かな 蕪村
Hana ni kurete waga ie tôki nomichi kana
Poesía es una existencia concebida como dejarse llevar, abandonados a lo que ocurre:
El agua se lleva
pétalos del ciruelo
de la orilla
[Buson]
水にちりて花なくなりぬ岸の梅 蕪村
Mizu ni chirite hana nakunarinu kishi no ume
Poesía es absorción, capullo abierto. Y es volver adjetivo lo que creímos sustantivo:
Un niño boquiabierto
mira caer las flores
¡Todo un Buda!
[Kubutsu]
口あいて落花眺むる子は仏 句佛
Kuchi aite rakka nagamuru ko wa hotoke
La vida se nos brinda copiosa, entreverada (kattô). Necesaria convivencia de todo con todo. Inevitable desorden. Consueta confusión:
Bajo el cerezo: pétalos
hasta en la sopa,
hasta en la ensalada
de pescado
[Bashô]
木のもとは汁も膾も桜かな 芭蕉
Ki no moto wa shiru mo namasu mo sakura kana
Poesía y meditación se viven como esbozo constante, incansable, de un eterno renacer. Que todo desaparezca, a fin de que algo pueda recomenzar:
La noche acaba
pero, al alba,
las flores de cerezo
renacen
[Bashô]
春の夜は桜に明けて仕舞ひけり 芭蕉
Haru no yo wa sakura ni akete shimai keri
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ALBERTO SILVA (Buenos Aires) es poeta y fue profesor de la Universidad de Estudios Extranjeros de Kyoto. Ha publicado, entre otros, La invención de Japón (2000), El libro del Haiku (Bajo la luna, Buenos Aires, 2005; Visor, Madrid, 2008), Libro de amor de Murasaki (2008) y Zen I (Bajo la luna, Buenos Aires, 2015; Herder, Barcelona, 2018), con el que inaugura una serie de cuatro ensayos sobre el Zen. Ha publicado igualmente los libros de poesía El viaje, Celebración del mar y Perros calientes.
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