lunes, 22 de noviembre de 2021

Corina Oproae / Desde dónde amar






© Daniel Mordzinski                                                        Corina Oproae




























Desde dónde amar traspasa el umbral y se adentra en territorios ignotos, pero que es necesario tener el coraje de reconocer, aunque sea solo palpando a ciegas. El viaje adquiere tintes metafísicos, cargas de profundidad. La de Oproae es una poesía de exploración del sufrimiento, de interpelación de la contrariedad que implica el ser-en-el-tiempo, de no aceptación del vivir resignado de una especie en constante desesperanza. Unos gritan exasperados, otros se destruyen cínicamente, y en su debacle, no tienen escrúpulos si arrastran hacia el precipicio al resto de la humanidad; los de más allá se funden en su melancolía oscura y convocan la nada de su tristeza cotidiana, hasta el suicidio. Y en medio de este paisaje devastador y apocalíptico, se mantienen, indemnes, dignas, potentes, con la sola fuerza de la palabra poética, voces como la que ha inspirado este escrito: la de Corina Oproae, por ejemplo.

Víctor Obiols 



Recogemos cinco poemas del libro Desde dónde amar (Pre-textos, 2021). 





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Hay ciervos en mi sueño
sus ojos
guardianes del miedo
rastrean los bosques extraviados
dentro de mis pupilas

hablan
todas las lenguas
que alguna vez he sabido
y yo los entiendo
y me regocijo
cuando el caos se me hace cosmos

desde dónde amar

desde un lugar de aire y luz
que sólo existe en la memoria
desde una infancia imaginada
que palpita dentro de este sueño
como el movimiento inalcanzable de una estrella

las palabras
duermen en mi garganta
un sueño superfluo

desde dónde escribir

desde aquel verso incierto
que al leer dejé de serme ajena
desde antes de cualquier comienzo
sin comienzo

porque jamás tuve un primer amor

porque jamás escribí un primer verso






Podría estar
en ese otro lugar
pero estoy aquí

aunque el recuerdo
derrita la plata candente
del collar que se va estrechando
alrededor de mi cuello
el trigo germina
bajo las nieves

ese otro lugar
se halla siempre en el territorio de la posibilidad
el del ciervo que se detiene
el de la flor que irrumpe anhelante
en aquella primavera intermitente
que sin saber heredamos

la posibilidad
ya no se materializa

no estoy en ese lugar
está el camino de mis células
que todavía lo recuerda
el tacto que se confunde que se equivoca
el olfato
que derriba el muro de la distancia
el gusto
que persigue la magdalena de Proust
sólo porque conoce esa historia

ya no está la necesidad
de que se materialice

está la literatura

como citoplasma
no como segunda piel
sino como información genética
que es ese otro lugar
y este

los dos
a la vez






                                                          leyendo a Cecília Meireles


Una niña flota hermosa en el agua de mi pensamiento
que discurre fragmentado
en silencio

su belleza me atraviesa como una espada

su belleza no está en el ojo que mira
está encerrada en sí misma            
es altiva e indiferente 


no puedo escapar
su mirada hipnótica
me atrapa y me culpa

una niña flota hermosa entre la muerte y la vida
no hay ninguna rama de sauce rota
hay sólo el engaño en la esperanza
esta armonía tan simple que repele el grito
que aniquila el instinto

finjo que entiendo la muerte
finjo que estoy a salvo

una cortina transparente me aísla
la niña la traspasa           lentamente
se levanta de su lecho y baila

ahí donde acaba el sufrimiento comienza otra cosa
que no tiene nombre
una danza efímera como una flor
se abre en mi ojo

es demasiado tarde pedir que esta muerte
no se me haga poema

ya sé que sólo se está a salvo en la palabra






Escribo madre escribo padre
escribo noche escribo silencio

melodía aguada que penetra mis células
y conjura las nieves
frío instantáneo royendo el hueso
de un pasado que no cambia

la picadura de una abeja en la nuca
el balancín de madera en el pie
la falta de aire
la alegría como disfraz
son fieles descripciones
de la ausencia

no estoy atravesando la noche

no es mi prisión el silencio


escribo madre
escribo padre


hoy cuando lo único que soy
es noche y es silencio






No es ni helecho ni zarzamora
la muerte

elijo la vida lenta
esta vez
el sosegado envejecer del árbol
que tengo delante
y que ahora me sostiene
el camino infinito
hacia el mar que vi por primera vez
aquellas montañas gigantes desplomadas
en un cambio de estado de inmensidad
y el lento sumergir de mi ser
en un coro antiguo de aguas
lágrimas
que se mezclan con la sal
y se vuelven plegarias
reminiscentes caricias de la diosa petrificada
dentro de mi primer sueño

elijo la vida lenta
esta vez
ignorar que el árbol siempre reverdece
soñar dentro de este mismo sueño
rezar en octosílabos que encierran el sentido último del mundo
y curan para siempre todas las heridas
olvidar a la madre
olvidar al padre
mas sin ser huérfana
sentirme hija madre diosa hermana hada bruja
más allá de la vida
más allá de la muerte

que no es ni helecho ni zarzamora
sino oscuridad y caverna
círculo y esfera
de nuevo y siempre
fulgor destello luz







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CORINA OPROAE (Făgăraș, Rumanía) escribe en español y en catalán, traduce poesía del rumano y del inglés. En español ha publicado los libros Mil y una muertes (2016), Intermitencias (2018), y Desde dónde amar (2021). En catalán ha escrito La mà que tremola (2021), un libro de reflexión poética sobre el hecho de escribir en una lengua que no es la lengua materna. Su poesía ha sido incluida en diversas antologías. Es autora y traductora de la antología de poesía catalana actual publicada en Colombia, La hora indefensa (2021). Ha traducido al catalán y al castellano autores como Marin Sorescu (premio Cavall Verd Rafel Jaume de Traducción Poética, 2014, premio Marin Sorescu, Craiova, Rumanía, 2015) Lucian Blaga, Gellu Naum, Ana Blandiana (premio Jordi Domènech de Traducción de Poesía, 2015), Dinu Flamand, Ioan Es. Pop, Angela Marinescu o Mary Oliver. 








lunes, 15 de noviembre de 2021

Kavafis / Joan R. Lladós



                                                                   


Konstantinos Kavafis
Konstantinos Kavafis























Tal vez algún día aparezcan nuevos poemas de Kavafis. No sería de extrañar. En parte por la división de su legado y por las restricciones en el acceso al mismo, como refiere Eusebi Ayensa en un impagable trabajo1, nacido de innumerables horas de estudio de los manuscritos originales. Así se ha mantenido desconocida e inédita una parte importante tanto de su propia obra (en verso y en prosa) como de sus traducciones. También por la forma en que se dieron a conocer sus versos. Nunca respondió con claridad a las proposiciones de reunir sus poemas en un volumen, ni siquiera aquellos escritos en inglés (tuvo nacionalidad inglesa hasta los veintidós años). Tanto es así que su primer libro propiamente dicho se publicó a los dos años de su muerte. 

Habitualmente escribía sus poemas en feuilles volantes que regalaba a los amigos. En alguna ocasión editó a expensas propias una especie de cuadernillo. Escribía notas, con abreviaturas, muchas veces taquigráficas, en los soportes que tenía a mano como el papel del paquete de tabaco o en el reverso de documentos (facturas, recibos…) de la empresa en la que trabajó (Departamento de Aguas del Ministerio Egipcio de Obras Públicas) hasta jubilarse y de la que tanto se quejaba: «Cuántas veces, en mi trabajo, me viene una idea hermosa, una rara imagen como versos acabados y me veo obligado a descuidarlos, porque el deber no espera». Y también cuando dice «y me he convertido en funcionario del Gobierno (qué ridículo) y gasto y pierdo tantas horas preciosas al día (a las que hay que añadir también las horas de cansancio y de desgana que las suceden)». Por fin, al lado de la ventana abierta, descansa y recuerda, desea…



Al lado de la ventana abierta 

                          

En una noche apacible de otoño,
al lado de la ventana abierta,
durante horas enteras, por fin,
con placer me siento tranquilamente.
De las hojas cae una lluvia sutil.
El suspiro del mundo efímero
en mi ser efímero resuena,
pero es un suspiro dulce, se eleva como un deseo.
Abre la ventana mía un mundo
desconocido. Recuerdos fragantes
como un manantial inefable se ofrecen.
Sobre mi ventana unas alas
golpean –frescos espíritus otoñales
irrumpen y me rodean
y en su lengua pura me hablan.
Siento indecibles y holgadas
esperanzas; y en el venerable silencio
de la creación, mis oídos escuchan melodías,
oyen la cristalina, mística
música de la danza de los astros.
                                                                                                         
(1896)



Publicó poemas y artículos en diferentes revistas literarias tanto de su amada Alejandría como de Atenas y Constantinopla, ciudades que conocería en sus escasos viajes. Los diarios e impresiones —algunos inéditos hasta la fecha— de sus viajes, que le llevaron a Atenas, Constantinopla y a la localidad egipcia de Kafr Al-Zaiat, así como los poemas escritos durante los mismos, han sido recogidos en el libro, Viatges i poemes2. También publicó poemas en alguna revista chipriota y de Esmirna. La obra de Kavafis, además de dispersa, es una obra breve que supera apenas los ciento cincuenta poemas, al menos por lo que sabemos hasta ahora. Su aparición en el panorama de las letras griegas marcó una nueva época: en aquellos momentos la poesía griega se debatía entre una lengua culta que nadie hablaba desde hacía mil años (kazarévusa) y la lengua real utilizada por el pueblo (dimotikí). El liderazgo indiscutible de Palamás, con quien existió siempre una mutua incomprensión, no dejaba resquicios.

Kavafis, sin embargo, provoca un vuelco importante de los valores poéticos tradicionales imperantes en el panorama literario de Atenas, pero su salida del anonimato, su magisterio y el reconocimiento público no se producirán hasta 1909-1910. Desde su Alejandría natal, mantuvo un escaso interés por los demás, y permaneció encerrado en su propio mundo en el que rendía un culto especial a su voz interior, surgida de las profundidades del recuerdo: «los acontecimientos vivos no me inspiran inmediatamente. Es preciso primero que pase el tiempo». Un recuerdo invocado una y otra vez hasta convertirse en una mera evocación en la que revivir, en una especie de ensueño, esos únicos instantes de alegría y de placer, de plenitud. Kavafis se siente atrapado en una vida monótona («A un día monótono otro día / monótono idéntico le sucede.») y recurre al recuerdo como un método de evasión de su vida real de oficinista inerte. Una pura ilusión para evadirse de ese encierro físico y moral de sí mismo («mis recuerdos, los simulacros del placer»).



Confusión


Está mi alma inmersa en la noche
confundida y paralizada. Fuera,
fuera de ella transcurre su vida.
Y espera un alba inverosímil.
Y espero, me consumo y me fastidio
también yo dentro de ella y junto a ella.
                 
(1896)



El aparente lirismo que se desprende es totalmente nuevo en la poesía griega. Su lucidez, sin embargo, recrea sus vivencias y opiniones en personajes históricos, no ya del período clásico, sino de la época helenística y, sobre todo, de ese «tiempo» tan denostado que es la época bizantina. La referencia de sus fracasos personales a una época histórica poco gloriosa, por no decir decadente, acentúa la escuálida imagen de un mundo, ya insalvable, que se derrumba. Su refugio evocativo de situaciones reales vividas o imaginadas («Hacia los goces que mitad reales, / mitad ingeniados en mi mente eran») y su transposición a personajes históricos (ficticios en muchos casos) ponen de manifiesto una personalidad muy peculiar. Su aislamiento narcisista resulta más interesante desde el punto de vista poético que desde un análisis psicoanalítico («deseo antes contemplar que expresarme»). ¿Por qué? Por su resultado. La reiterada evocación de ciertos recuerdos, ese revivir el pasado una y otra vez, con el inexorable paso del tiempo, le conducen a la soledad y a la nostalgia. También a la revisión continuada de los textos, durante años («mi trabajo lo cuido y lo amo»). 

Ello explica la escasez de poemas, pero también su estilo puro y delicado, que cristaliza en la combinación de vocablos descarnados junto a otros de carácter genérico, en un discurso casi coloquial en el que se mezclan intrincadamente las dos lenguas griegas. Aunque refiriéndose a la poesía de Stratiyís, Kavafis afirma: «No oculto que soy partidario de la lengua culta, pero creo que cuando se le da un uso con tanta gracia y perfección, incluso los críticos más severos se dejan convencer…». Muchos de sus poemas, escritos inicialmente en la lengua culta, fueron adoptando una cierta ruptura formal capaz de obtener matices más expresivos con un mínimo de recursos. Por desgracia, esta intrincada delicadeza se pierde con la traducción.

El lirismo de la poesía de Kavafis, presente en su superficie, deja entrever en sus profundidades una verdadera denuncia de una época que, tras el derrumbe de una sociedad periclitada, no acaba de entrever todavía nuevas luces que proyecten una sombra nítida. «Es difícil recordar…».



  1. K. P. Kavafis.  Reflexions i poemes d’un jove artista, Ed. Cal·lígraf, 2020.
  2. K. P. Kavafis. Viatges i poemes, (L’Art de la Memòria Edicions, 2019, traducción de Eusebi Ayensa)





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KONSTANTINOS KAVAFIS (Alejandría 1863-1933) escribió 154 poemas y decenas de bocetos y dejó una serie de piezas inacabadas. Su primer libro de poemas se publicó en 1935, dos años después de su muerte. Escribió sobre su vida: «Soy de Constantinopla, pero nací en Alejandría, en una casa en la calle Sherif. Cuando era muy joven me fui y pasé gran parte de mi infancia en Inglaterra. Visité este país después de mucho tiempo, pero me quedé un rato. Yo también viví en Francia. En mi adolescencia viví durante más de dos años en Constantinopla. No había visitado Grecia durante muchos años. Mi último trabajo fue como empleado de una oficina gubernamental del Ministerio de Obras Públicas de Egipto. Hablo inglés, francés y un poco de italiano».



JOAN RAMON LLADÓS I TIRADO (Barcelona, 1954). Farmacéutico, licenciado por la Universidad de Barcelona (1978), divulgador y traductor de temas científicos, publicados en infinidad de artículos. Desde sus años de formación, en el Liceo Scientifico Italiano di Barcelona, su afición por la poesía lo ha llevado a traducir a poetas como Ungaretti y Salvatore Toma. Galàxies interiors (La puça del petroli, 2018) es su primer libro de poesía publicado.



miércoles, 3 de noviembre de 2021

  

Rodolfo Häsler / La lengua del lobo






© Daniel Mordzinski                                                                                                                                                    Rodolfo Häsler

























«Pensamiento, lenguaje y escritura manchados por los colores se aprietan en un nudo irresoluble». Así se expresaba, a comienzos del siglo XXI, Rodolfo Häsler (Santiago de Cuba, 1958, residente en Barcelona desde los 10 años) en la antología de poetas catalanes en castellano Por vivir aquí (Bartleby, 2003). Se situaba, así, entre los autores que, entre las opciones que se abrieron paso a partir de los años ochenta, década en la que se datan sus primeros libros, orientaron su obra hacia la búsqueda y la indagación en el lenguaje y sus límites, en su mestizaje con otras artes, sobre todo con la pintura.

Lengua de lobo es su décimo libro de poemas y en él concentra no sólo los ingredientes que apuntaban en aquella poética, sino una decidida vocación cosmopolita. Un verso dúctil y musical, preciso, casi coloquial a veces pero no privado de rasgos metafóricos da forma a unos poemas equilibrados, en algunos casos largos e inquietantes, en los que misterio y realidad, memoria y emoción se concentran avivando la experiencia del viaje y fundiendo escenarios del presente con las luces y las sombras del pasado. Arquitecturas, paisajes, pinturas, calles, hoteles decantan un universo sin fronteras aunque con nombres propios, un palimpsesto de cultura y sensibilidad hecho de experiencias y procesado por una mirada crítica y emocionada a la vez.

Es un libro de recapitulación, de balance de una vida edificada en relación con la experiencia artística y viajera. El padre, pintor reconocido (el suizo Rudolf Häsler), la infancia deslumbrada por el color y la forma y por cuanto rodea a las artes plásticas, estancias en lugares en los que se vive al límite («la mirada se dirige a los desahuciados, / pero no olvides que Gaza / es un chasquido de ceniza») o marcados por la huella imborrable de artistas universalmente reconocidos (el Café Odeon de Zweig, en Zúrich, el Walter de Umberto Saba, en Trieste) o convertidos en símbolos de una Europa amenazada por el fantasma de la guerra en el fin de siglo como Sarajevo («mientras todos fuman la colilla / de la traición, / la lámpara azul de Bosnia / es una gota de sangre / pegajosa»). La poesía como viaje interior y como lámpara de verdades colectivas. Lengua de lobo es un libro extraño, ambicioso, poliédrico.

Manuel Rico







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Una tarde,

siguiendo el rastro de un espectro,

entré en el museo, suelo ajedrezado y paredes carmín

juegan con las sombras por las esquinas,

me dijo, ¿dónde estuviste

todo este tiempo?

Iba de una sala a otra, de los simbolistas

a la flor de cera de Redon

sobre la que no pretendo dar explicaciones,

el tallo azul ultramar, 

la flor crece visiblemente

hasta invadir la estancia.

Esta situación podría no existir,

ser parte del mundo que hace mucho

me atrapó.

En el centro acecha la ansiedad,

la visita al caparazón del erizo

junto a una estrella de mar,

una enredadera envuelve

el recuerdo que impide el sueño,

pétalos se abren en las marcas del pincel,

la sala donde espío a Redon

es la espina del erizo que se hunde en la carne,

una vida bárbara

perdida en la amargura del espejo,

y por consecuencia,

despertar, despertar.







La aparición de la sangre

indica el daño,

seguir con vida después del hundimiento,

por supuesto, para poderlo contar,

viene de lejos,

un lugar verde y lluvioso

donde el hierro es húmedo 

y las flores no tienen olor,

vive tranquilo en un recodo,

y su intención es borrar fronteras, 

no jurar, volver al regazo,

se alimenta de de la sopa boba, 

de la nada ninguneada,

insiste en andar, seducido por el otro,

jugándose a los dados 

el tacto olvidado, 

esfuerzo que se aleja en un suspiro,

algunas palabras justas que crecen

en lengua española, paternal alemán,

excelente francés que usa cuando quiere,

en un instante desaparece en el aire

y una isla sigue a otras más lejanas,

Azores, Flores, Terceira, Santa María,

en la incierta nebulosa, sin alma, sin alma,

nunca volver, aunque esté allí,

nunca volver sin alterarse, azufre, estatua de sal 

por si mira atrás,

ya se sabe,

aunque vuelva, deja su acento atrás,

su marca del nacimiento

de delicada habladuría.







Insiste en acercarse a la bestia,

hay que seducirla poco a poco,

no debes tocarla, quema,

abrasa la yema de los dedos,

no bastan lágrimas,

beberás su sangre, beberás la sangre

de los sueños congelados,

entra con un machete

en la pulpa de la ansiedad,

en el vientre, con ahínco,

cepíllale la crisma,

entre el pelo ralo y el ojo

sentirás la dimensión del espanto.







Se despierta con una manzana de oro

en la mano, los ojos entornados

dejan ver que se trata

de un hecho extraordinario,

en la fisura de lo real, a veces

te puede tocar,

pero hay que saberlo sentir,

día a día, con dedicación

la manzana es pesada

y deja un rastro de escozor

como si fuera de arena

o un narciso que late en el corazón,

un geranio en un libro de Baudelaire,

eso es, un deseo o una aspiración

que por su densidad pudiera hundirte,

desconoce el final,

sólo confía en que los días transcurran

junto a la fruta aparecida,

un corte en la voz

para enmudecer, o decir a medias

si de repente se tercia,

pero el objeto, de tan bello,

es envidiado,

y aunque invite a la caricia,

es imposible hincarle el colmillo,

corazón de semillas doradas,

hacia qué lado emprender el camino,

cómo consumir su carne

y recibir la sanación.







Abre una caja de bombones Läderach,

los mismos que de niño devoraba,

chocolatier suisse consuela de la pérdida,

ese instante que golpea la mente

permitiendo la disolución,

un tiempo para saborear

mientras el cacao se funde en la lengua,

pistacho, almendra, miel,

comentando los segundos 

de bienestar, miel de bosque

domina la pérdida,

un estuche blanco, rasgar la cartulina rugosa

y descubrir el orden, 

miel, después mantequilla de Emmental, avellana,

colores en crescendo, cereza del Ticino,

más encarnado no hay,

la identidad ligada a la elección,

mastica un trecho de vida,

uno, uno y después el siguiente,

dice la madre, por venir de donde viene,

la disolución en el placer

provoca la enajenación,

quizá iba para niño burgués, 

ciudadano de un vacío que se evade

en cada mordisco, sin supervivencia,

pequeño niño helvético

perdido, perdido por el sabor

del arándano, chocolatier suisse

en cuyo envoltorio hay un verso de Rilke,

insólito no seguir deseando los deseos,

nuevo horizonte, sin definición, 

leve cacao, miel, praliné

que atrapa el paladar

hasta la perdición.







Observa a diario trabajar al pintor,

el pincel barre el abismo,

entra en un rectángulo morado, un refugio

donde la mano busca lo intocado,

bien al fondo, el centro de un color inalcanzable

como el latido del corazón,

recuerdo de la primera infancia

en el taller, limaduras de cobre

y polvo de esmalte guardado en frascos,

tubos de colores que en los dedos

señalan lo que se ha ido cumpliendo,

el ala de una mariposa verde

cuyo peso no le permite volar,

los libros de arte, las fotos, 

me invitan a seguir pasando páginas

del Masaccio, cada cuerpo un color

escondido en una cajita de pinceles chinos,

tesoros prohibidos como el tacto

de las telas, nudos, hilos sueltos

que hilvanan el amor,

y pensar que se quedó dormido,

qué hacer con el pétalo seco

que se pega a la garganta,

un consejo que aparece 

en el color naranja, una casa junto al mar

y el bramido de las olas se fijan

al bastidor de un cuadro expresionista,

investiga, busca la grieta de la salida, 

el ojo atento a un gran alumbramiento.








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RODOLFO HÄSLER (Santiago de Cuba, 1958) reside en Barcelona desde los diez años. Estudió Letras en la universidad de Lausanne, Suiza. Es autor de los libros de poesía Poemas de arena (Editorial E.R., Barcelona, 1982), Tratado de licantropía (Editorial Endymión, Madrid, 1988), Elleife (Editorial El Bardo, Barcelona, 1993 y Editorial Polibea, Madrid, 2018, premio Aula de Poesía de Barcelona), De la belleza del puro pensamiento (Editorial El Bardo, Barcelona, 1997, beca de la Oscar Cintas Foundation de Nueva York), Poemas de la rue de Zurich (Miguel Gómez Ediciones, Málaga, 2000), Paisaje, tiempo azul (Editorial Aldus, Ciudad de México, 2001), Cabeza de ébano (Ediciones Igitur, Barcelona, 2007 y Ediciones El Quirófano, Guayaquil, 2014), Diario de la urraca (Huerga y Fierro Editores, Madrid, Editorial Mangos de Hacha, Ciudad de México, y Kálathos Ediciones, Caracas, 2013) y Lengua de lobo (Hiperión, Madrid, 2019, XII premio internacional de poesía Claudio Rodríguez).

Ha traducido la poesía completa de Novalis, los minirelatos de Franz Kafka y una selección de Anthologie secrète de Frankétienne. Es autor de la antología poética El festín de la flama de la poeta boliviana Blanca Wiethüchter.