Álvaro Hernando / Mar de Varna
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Álvaro Hernando |
We participate in tragedy. At comedy we only look.
Aldous Huxley
Mi vida es un no lugar. Mi persona es un no lugar. Podrían ustedes haberme encontrado en cualquier otro sitio, desde un carnaval de Archibald Motley, a un año inexistente dentro de una novela de Orwell, pero la no persona que soy está atravesada por un mar que nunca he pisado. Nos identificamos con lo que fuimos y con lo que queremos ser, eludiendo quienes en realidad somos. Este libro tiene cuatro espacios: Mar de Varna, dedicado a los momentos que nos devuelven la identidad; Tapias, sobre los lugares de tránsito; Ab imo pectore, sobre quienes nos habitan para siempre; y, por último, Cicatrices, donde uno puede orientarse a partir del caos, de la duda y de una identidad a la deriva.
Para mí, lector, los lugares son tiempos, y yo soy un antes y un después, pero no un ahora. Soy un ser transitorio, indeterminado por la vida, salvo en el momento en que el mar de Varna me atraviesa. Lo demás no es comprensible.
Lo demás es ordinario y carente de identidad.
Publicamos una selección de poemas de su libro Mar de Varna (Baile del sol, 2021), más un poema inédito.
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Trend topic
Tender hacia la Estigia
es la verdadera tendencia.
Y no el ser carne de vida,
codificada,
entre nubes de sílice
enredado en el aire.
El conocimiento es una efímera victoria,
una propensión más a darse
de la mano con la muerte.
Exilio
Detén los relojes,
quita los espejos.
Cubre todos los muebles con sábanas blancas.
Abandona la idea de hogar
protegiéndola del polvo
que baila en el haz de sol
desde la infancia.
Congela las luces de la casa
y pon todo el sonido dentro del silencio.
Guarda el vino dentro de una boca seca.
Para de respirar, por un instante.
Conviértete en un objeto que pueda recordarse.
Pacta con todo movimiento y para.
El ayer fue bueno contigo,
un arrebato.
Envuelve la quietud en la música de entonces.
Ya amanece.
Gruta
Podría entrar en silencio, de puntillas
entrar en silencio en ti
con sordos gritos, sólidos ecos
y quedarme en un eterno reverberar,
en esa inmensa cavidad que albergas
descubriéndose
al mundo exterior, en desnudos escalofríos,
mi lamento y mi deseo hecho bramido.
Toda roca y oscuridad
no me dejas ni lugar ni tiempo
más luminoso y cálido a mi mano.
Es por mirar en el brillo tu sombra,
por lo que me he perdido en el laberinto
negro y de aroma húmedo
que es cerrar los ojos besándote.
Mar de Varna
Voy con todo a los sueños,
como si nada hubiera en ellos,
salvo la necesidad de encontrarte.
Con mi foto más inútil,
el carro de la compra, la escayola para el techo.
Voy cargando con la antorcha y con la plancha,
por si no son lisas las esquinas de la oscuridad.
Con voces que gritan pasto,
muérdago, norai, hambre,
para que en la niebla las imágenes se escuchen.
Limpio y dispuesto para el alba
acompañado, sin vestir,
el pie descalzo con años en recuerdo del zapato.
Con las monedas en la mano,
palma abierta y generosa,
sabiendo el irme despojado.
Con todo a los sueños que habitas,
por si hay que quedarse a dormir bajo la tierra
o construir una casa de viento.
Tapia VII
He bajado descalzo a la cocina.
Las notas vacías llenan la nevera,
y nos hemos despedido un par de veces
intercambiando algún insulto.
Hacemos la maleta de nuestro hijo,
como preparándole a migrar de un nosotros,
colándole dos pasaportes en el bolso,
pensando que él es el visado,
la patria en que quedarnos;
de nuevo fingimos que el amor
nos salvará.
No reconocemos como nuestro el error que nos habita.
En estos tiempos en los que solo duele un hijo
no comprendo por qué arden las brújulas que nos tragamos
dejándonos un norte descentrado, muy oscuro,
y una idea de derrota que alcanza lo suicida,
como cuando los dientes duelen todos a la vez
y los párpados se secan por el tiempo.
Pensamos el dolor como una idea.
Pensamos el tránsito como un lugar desde el que morar
cuando todos los alrededores cambian.
Pensamos en decirnos amor, cuando en realidad decimos
fiebre, tiempo, dame.
Pensamos el río como agua sin molestia, sin lodo, sin
constante pugna con la orilla.
Pensamos la luz como una puerta.
Nos queda mucho espacio decorado y blanco
y vivimos con las manos empapadas en sangre de recelo.
Como el sintagma ausente en la roca milenaria
que los primitivos levantaron hacia el cielo
celebrando una fe antigua y contagiosa,
que nos deja huérfanos los paladares.
Tenemos el sabor del hierro entre los labios
y un reloj que siempre retrasa hacia adelante.
Miedo
Y llegó el día en el que no escuchamos más pasos.
Entonces nos miramos unos a otros, escondidos bajo la cama
y nos vimos las caras de niños asustados.
Pero no éramos niños,
ni estábamos bajo la cama,
ni estábamos asustados.
Y decidimos caminar,
para hacer ruido con nuestros pasos.
Ab imo pectore
Me queda el rostro blanco de mi padre,
como un coágulo en la memoria líquida.
Con sus manos, recias,
anudaba hilos de esparto crepitante.
Fabricaba asientos para un día de velorio,
como antes hizo su padre,
y le daba forma al estiaje de las tardes
con un silencio que era el tono agudo en la demora.
Recuerdo el sabor a tierra en la sandía
y la espera dentro del fuego del verano.
El mundo nos hablaba como a sordos,
como si cada palabra fuera el tímpano olvidado.
La hora no ha llegado todavía
pero noto el crujir ácido del pecho,
como cuando lloraba el esparto tenso
al recibir el peso de mi padre.
Los recuerdos permanecen más limpios
desde que no los habitamos.
¿Has visto ese agua lechosa
y cómo cuaja el reflejo?
Hay que confiar en el agua:
siempre se reconstruye,
aún en los escombros.
Ahí están los pájaros jóvenes, orando en el patio de la escuela abandonada, pizcando del suelo algunos huesos, como en rezos persistentes contra un muro. Antes que ellos fueron los gritos de los niños, los que golpeaban las pisadas de los juegos, espantando el polvo de la tarde, agrietando los silencios de la calle.
Y entonces llegamos los adultos, atados a los mástiles del barco, y espantamos al hambre de las aves invocando los aullidos de una madre. Nos movemos en manada sobre el tiempo, acurrucamos nuestras sombras y despoblamos de inocencia nuestras noches. Somos identidades digitales, alejadas del roce de los dedos. Siempre acompañados, elegimos la voz de los ausentes. El deterioro nos regala más belleza, cuarteando las miradas y sembrando nuevos huesos, para nutrir futuras religiones.
(Religiones, inédito)
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ÁLVARO HERNANDO (Madrid, 1971) es maestro y desarrolla su trayectoria profesional como docente, periodista y antropólogo. Ha publicado los libros de poemas: Mantras para bailar (2016), Ex-Clavo (2018), Chicago Express (2019) y Mar de Varna (2021). En el año 2018 recibe el premio Poesía en Abril del Chicago Poetry Festival. Ha publicado relatos cortos en diferentes revistas, así como en la obra coral Cuentos @ (2019).