sábado, 26 de septiembre de 2015

Clive Wilmer. Un oficio bien aprendido / Jem Poster




Clive Wilmer                       © Caroline Forbes

















Uno de los epígrafes que preceden a la recién publicada obra reunida de Clive Wilmer, New and Collected Poems, pone de manifiesto que concibe su sustanciosa obra como si se tratara de un monumento: en su cita de Las siete lámparas de la arquitectura, de Ruskin, («que sea una obra por la que nuestros descendientes nos estén agradecidos y pensemos, al colocar una piedra sobre la otra, que llegará el día en el que estas piedras serán tenidas por sagradas») nos convida implícitamente a considerar su obra como un edificio duradero, diestramente construido.

Los cimientos son sólidos. Wilmer es un escritor erudito, con un sentido eliotiano de la tradición literaria, y sus poemas insisten silenciosamente en su ascendencia, con ecos de Dante, Milton, Vaughan, Hopkins y Yeats, entre otros. Si los poemas de su primer libro, The Dwelling-Place, parecían un poco pasados de moda, incluso en el momento de su publicación, fue sobre todo porque, de un modo más manifiesto de lo que era habitual en los jóvenes poetas de los 70, Wilmer buscaba su inspiración en el pasado. La dicción formal y la cuidadosa estructura de los poemas revelan un aprendizaje concienzudo bajo la influencia del «sentido histórico» que, como dice Eliot, «nos compele a escribir imbuidos no sólo del espíritu de nuestra generación, sino con el sentimiento de que toda la literatura europea desde Homero y, dentro de esta, toda la literatura de nuestro propio país, existe y compone un orden simultáneo.»

No es una simple cuestión de forma poética: los temas de estos primeros poemas sugieren igualmente una poderosa e inusitada atención al pasado. En «The Sparking of the Forge» el narrador describe a su abuelo


Esforzándose por alzar un dedo para señalar
por encima del hombro, sin poder apenas mirar
por encima del hombro a través de la ventana en penumbra
hacia la carretera detrás de él y frente a mí donde

pasaba el coche de correos hace setenta años…


El gesto del hombre mayor mirando hacia atrás inicia y da licencia al poeta para intentar reconstruir una historia ya desaparecida, o que está desapareciendo, en el lugar «donde la memoria halla su forma», y la mayoría de los poemas de su primer libro presentan un sesgo retrospectivo similar. En poemas sucesivos, Wilmer contempla el patio de una iglesia en East Anglia donde «una ola difusa / cubre una vida olvidada», el retrato de un niño nacido en la India en el siglo XIX, un laborioso ejemplo de gótico victoriano y las ruinas de una abadía medieval. En el conjunto de los poemas de The Dwelling-Place apenas si se trasluce la turbulencia cultural del período en el que fueron escritos y percibimos que las excursiones de Wilmer al pasado eran, entre otras cosas, un modo de escapar del mundo de finales del siglo XX en el que nunca se sintió del todo cómodo.

Podría parecer que la nostalgia y su esforzado oficio los limitan en ciertos aspectos, pero debemos ver estos poemas tempranos como la primera etapa de un viaje hacia algo más vital, expansivo y de mayor resonancia. El sentido histórico descrito por Eliot abarca tanto la atemporalidad como el tiempo y, a medida que avanzamos por su obra, comprendemos con mayor nitidez los modos en que, para Wilmer, lo eterno puede manifestarse en un mundo imperfecto e inconstante. En «Work», por ejemplo, la descripción de la labor de un cantero medieval mientras transforma un bloque de piedra en un «frondoso claro / en el bosque» nos saca del poema para hacernos volver luego sobre la visión final en la que el artesano no sólo crea «el follaje esculpido» en un parteluz, sino «la alabanza / del hacedor de las hojas y la piedra». La ambigüedad inicial de la última oración se resuelve al concluir: el trabajo de sillería honra ciertamente a su hacedor humano, pero las palabras apuntan más allá, e invocan al autor divino de los originales a los que aspira el arte del cantero.

Cuando escribió los poemas que conforman Of Earthly Paradise, el libro publicado en 1992 en el que aparece el poema «Work», el arte del propio Wilmer había ganado en seguridad y fluidez. El siguiente ejemplo resulta revelador: el título «Pintar una marisma» (To Paint a Salt Marsh) es un guiño al poema «Pintar un nenúfar» (To Paint a Water-Lily), de Ted Hughes, pero no hay nada en el poema mismo que nos recuerde las respetuosas, aunque ligeramente forzadas, imitaciones de la poesía de Thom Gunn en The Dwelling-Place. Es un guiño fraternal, más que filial, y Wilmer prosigue rápidamente para describir, con una voz tranquila y ahora ya claramente suya, un paisaje de contornos difuminados y tonos apagados:


Con la marea baja es como si el mar pardo
se atascase en el lodazal. Una verga,
alta y casi vertical, divide el paisaje.

Y en el horizonte surge, como un páramo
del norte, una duna cubierta de hierba.
Coloca en el agua en calma precisamente
su propia calma.


A medida que los poemas cobran confianza, se refieren también de un modo más abierto y con más calidez emocional a la experiencia humana y, en particular, a la experiencia sexual. No significa que Wilmer haya perdido de vista lo eterno – al contrario, le vemos buscando en sus poemas un paso entre la sexualidad y la comprensión visionaria– pero la lujuria y la rabia, al modo de Yeats, informan gran parte de su obra más reciente. Su magnífico libro, El misterio de las cosas[i], tiene, como sugiere su título, un tono intensamente metafísico, aunque reconoce igualmente, y quizás de un modo más completo y personal que en sus libros anteriores, el dolor y el placer de la carnalidad: la fruición sexual implícita en el poema «Rosa silvestre en junio» («Extiendo suavemente los pétalos, me inclino y huelo / … dulzura, / y un olor acre en su interior») convive con la desesperación provocada por la ruptura:


… el pensamiento tan nuestro

de aunarme con Dios, tu pensamiento como el mío,
me fue revelado entrecortadamente en toda
la nada que trajiste a mi carne.


Estos poemas de rabia y anhelo, posiblemente los más enérgicos de Wilmer, son también poemas atormentados. En los más recientes se adivina una mayor paz mental– en «Civitas», por ejemplo, donde los fens[ii] de Cambridge, empapados por la lluvia, ofrecen vislumbres de un mundo del que se ha ido borrando suavemente la confusión y el sufrimiento humano. Puede que su obra siga evolucionando, pero Wilmer ha creado ya su monumento: su poesía publicada es el testimonio elocuente de una vida bien vivida, de un oficio bien aprendido.





[i] Edición española: El misterio de las cosas, Vaso Roto, 2011.
[ii] The Fens es una región pantanosa próxima a Cambridge





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En nuestra sección Poemas publicamos una selección de poemas de CLIVE WILMER traducidos por Misael Ruiz Albarracín.


JEM POSTER (1949) es un poeta y novelista británico. Ha trabajado como arqueólogo para el English Heritage y ha sido profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Oxford. Sus colaboraciones aparecen habitualmente en The Guardian y The Australian. Ha publicado los libros de poesía Brought to Light (2001), Courting Shadows (2003) y Rifling Paradise (2006).








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