Clive Wilmer. Un oficio bien aprendido / Jem Poster
Uno de los epígrafes que preceden
a la recién publicada obra reunida de Clive Wilmer, New and Collected Poems, pone de manifiesto que concibe su sustanciosa
obra como si se tratara de un monumento: en su cita de Las siete lámparas de
la arquitectura, de Ruskin, («que sea una obra por la que nuestros descendientes
nos estén agradecidos y pensemos, al colocar una piedra sobre la otra, que
llegará el día en el que estas piedras serán tenidas por sagradas») nos convida
implícitamente a considerar su obra como un edificio duradero, diestramente
construido.
Los cimientos son sólidos. Wilmer
es un escritor erudito, con un sentido eliotiano de la tradición literaria, y
sus poemas insisten silenciosamente en su ascendencia, con ecos de Dante,
Milton, Vaughan, Hopkins y Yeats, entre otros. Si los poemas de su primer libro,
The Dwelling-Place, parecían un poco pasados de moda, incluso en el
momento de su publicación, fue sobre todo porque, de un modo más manifiesto de
lo que era habitual en los jóvenes poetas de los 70, Wilmer buscaba su
inspiración en el pasado. La dicción formal y la cuidadosa estructura de los
poemas revelan un aprendizaje concienzudo bajo la influencia del «sentido histórico»
que, como dice Eliot, «nos compele a escribir imbuidos no sólo del espíritu de nuestra
generación, sino con el sentimiento de que toda la literatura europea desde
Homero y, dentro de esta, toda la literatura de nuestro propio país, existe y
compone un orden simultáneo.»
No es una simple cuestión de
forma poética: los temas de estos primeros poemas sugieren igualmente una
poderosa e inusitada atención al pasado. En «The Sparking of the Forge» el narrador describe a su abuelo
Esforzándose por alzar un dedo para señalar
por encima del hombro, sin poder apenas mirar
por encima del hombro a través de la ventana en penumbra
hacia la carretera detrás de él y frente a mí donde
pasaba el coche de correos hace setenta años…
El gesto del hombre mayor mirando
hacia atrás inicia y da licencia al poeta para intentar reconstruir una
historia ya desaparecida, o que está desapareciendo, en el lugar «donde la memoria
halla su forma», y la mayoría de los poemas de su primer libro presentan un
sesgo retrospectivo similar. En poemas sucesivos, Wilmer contempla el patio de
una iglesia en East Anglia donde «una ola difusa / cubre una vida olvidada», el retrato de un niño
nacido en la India en el siglo XIX, un laborioso ejemplo de gótico victoriano y
las ruinas de una abadía medieval. En el conjunto de los poemas de The Dwelling-Place apenas si se trasluce
la turbulencia cultural del período en el que fueron escritos y percibimos que
las excursiones de Wilmer al pasado eran, entre otras cosas, un modo de escapar
del mundo de finales del siglo XX en el que nunca se sintió del todo cómodo.
Podría parecer que la nostalgia y
su esforzado oficio los limitan en ciertos aspectos, pero debemos ver estos
poemas tempranos como la primera etapa de un viaje hacia algo más vital, expansivo
y de mayor resonancia. El sentido histórico descrito por Eliot abarca tanto la atemporalidad
como el tiempo y, a medida que avanzamos por su obra, comprendemos con mayor
nitidez los modos en que, para Wilmer, lo eterno puede manifestarse en un mundo
imperfecto e inconstante. En «Work», por
ejemplo, la descripción de la labor de un cantero medieval mientras transforma
un bloque de piedra en un «frondoso claro / en el bosque» nos saca del poema para hacernos volver luego sobre la visión final en la que
el artesano no sólo crea «el follaje esculpido» en un parteluz, sino «la alabanza /
del hacedor de las hojas y la piedra». La
ambigüedad inicial de la última oración se resuelve al concluir: el trabajo de
sillería honra ciertamente a su hacedor humano, pero las palabras apuntan más
allá, e invocan al autor divino de los originales a los que aspira el arte del
cantero.
Cuando escribió los poemas que
conforman Of Earthly Paradise, el
libro publicado en 1992 en el que aparece el poema «Work», el arte del propio Wilmer había ganado en seguridad y fluidez.
El siguiente ejemplo resulta revelador: el título «Pintar una marisma» (To Paint a Salt Marsh) es un guiño al
poema «Pintar un nenúfar» (To Paint a
Water-Lily), de Ted Hughes, pero no hay nada en el poema mismo que nos recuerde
las respetuosas, aunque ligeramente forzadas, imitaciones de la poesía de Thom
Gunn en The Dwelling-Place. Es un
guiño fraternal, más que filial, y Wilmer prosigue rápidamente para describir, con
una voz tranquila y ahora ya claramente suya, un paisaje de contornos difuminados
y tonos apagados:
Con la marea baja es como si el mar pardo
se atascase en el lodazal. Una verga,
alta y casi vertical, divide el paisaje.
Y en el horizonte surge, como un páramo
del norte, una duna cubierta de hierba.
Coloca en el agua en calma precisamente
su propia calma.
A medida que los poemas cobran
confianza, se refieren también de un modo más abierto y con más calidez
emocional a la experiencia humana y, en particular, a la experiencia sexual. No
significa que Wilmer haya perdido de vista lo eterno – al contrario, le vemos
buscando en sus poemas un paso entre la sexualidad y la comprensión visionaria–
pero la lujuria y la rabia, al modo de Yeats, informan gran parte de su obra
más reciente. Su magnífico libro, El
misterio de las cosas[i],
tiene, como sugiere su título, un tono intensamente metafísico, aunque reconoce
igualmente, y quizás de un modo más completo y personal que en sus libros
anteriores, el dolor y el placer de la carnalidad: la fruición sexual implícita
en el poema «Rosa silvestre en junio» («Extiendo
suavemente los pétalos, me inclino y huelo / … dulzura, / y un olor acre en su
interior») convive con la desesperación provocada por la ruptura:
… el pensamiento tan nuestro
de aunarme con Dios, tu pensamiento como el mío,
me fue revelado entrecortadamente en toda
la nada que trajiste a mi carne.
Estos poemas de rabia y anhelo, posiblemente
los más enérgicos de Wilmer, son también poemas atormentados. En los más
recientes se adivina una mayor paz mental– en «Civitas», por ejemplo, donde los
fens[ii]
de Cambridge, empapados por la lluvia, ofrecen vislumbres de un mundo del que
se ha ido borrando suavemente la confusión y el sufrimiento humano. Puede que
su obra siga evolucionando, pero Wilmer ha creado ya su monumento: su poesía
publicada es el testimonio elocuente de una vida bien vivida, de un oficio bien
aprendido.
[i]
Edición española: El misterio de las cosas, Vaso Roto, 2011.
[ii]
The Fens es una región pantanosa
próxima a Cambridge
____________
En nuestra sección Poemas publicamos una selección de poemas de CLIVE WILMER traducidos por Misael Ruiz Albarracín.
JEM POSTER (1949) es un poeta y novelista británico. Ha trabajado como arqueólogo para
el English Heritage y ha sido profesor de Literatura Inglesa en la Universidad
de Oxford. Sus colaboraciones aparecen habitualmente en The Guardian y The Australian.
Ha publicado los libros de poesía Brought to Light (2001),
Courting Shadows (2003) y Rifling Paradise (2006).
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