La escritura como morada / Ida Vitale
Ida Vitale |
La potencia de la visión subjetiva, ese «ver dentro de la vida de las cosas» y cantar a la naturaleza encarnada es uno de los rasgos sobresalientes de la poesía de Ida Vitale. También lo es el aparente carácter indescifrable u opaco de sus versos. No siempre se escribe con el deseo de que a uno lo entiendan, de transparencia y comunicabilidad. Incluso, a veces, nos recuerda Derrida en sus ensayos, uno desea lo contrario porque lo diáfano puede destruir el texto, puede ser el mayor enemigo de la poesía. Una zona de incertidumbre, de sombra, de ininteligibilidad supone, entonces, la apertura infinita a interpretaciones, lecturas y contextos nuevos. Entre otras cosas, en estos dos elementos reside la frescura inaudita, la actualidad constante y el magnetismo de la creación de Ida Vitale. Por eso, capta la plenitud de la transitoriedad y permanece en el cambio vertiginoso que es la vida. Leerla es contemplar el color de los árboles.
María José Bruña
Los extractos que publicamos a continuación proceden de dos conferencias impartidas por Ida Vitale en la Residencia de Estudiantes de Madrid los días 13 y 28 de octubre de 2008 y publicadas por primera vez en el libro Ida Vitale. La escritura como morada, editado y coordinado por María José Bruña Bragado (Sevilla, Editorial Universidad de Sevilla, 2021). Las conferencias, que llevan por título «Lo que me ofreció el mundo cuando empecé a escribir» y «Lo que traté de hacer con ello», preceden a distintos estudios sobre su obra y a un homenaje creativo por parte de distintos poetas actuales en lengua española. Agradecemos tanto a Ida Vitale como a María José Bruña la oportunidad de publicar esta selección en Mecanismos.
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[…] Si es posible transformar un lobo en perro en una sola generación mediante la cruza de ejemplares menos agresivos de cuyos cachorros, ya educados como animales domésticos se logra que respondan a un nombre y convivan, dóciles, con el hombre, cómo no pensar que cambios menos espectaculares, pero igualmente intensos, se produzcan en los humanos a los que se les ofrecen situaciones novedosas, tentadoras e irreversibles, exaltadas como progreso. Si al lobo podemos quitarle sus hábitos agresivos, cómo no podrá privarse al hombre de rasgos que hoy le suponemos propios, peculiares y así, en parte, deshumanizarlo. Ante esa sospecha, cómo dudar de mutaciones que ya nos distancian sin remisión.
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[…] Supongo que este leer en el trapecio y sin red, del que no salió nada malo, es lo que me hace protestar ante el exceso de andadores que se les ofrece a los jóvenes de hoy. Creo que detrás de eso está la idea de ahorrar tiempo perdido en la lectura cuando lo que deberíamos tratar de ahorrarles es el tiempo perdido en televisión y dejar que juzguen, se equivoquen y corrijan por sí solos su propio juicio.
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[…] No sé si el feminismo influyó en el hecho de que la actividad de la mujer en el Uruguay estuvo libre desde bastante temprano del agobio y las trabas de una concepción exclusivamente masculina de la sociedad, o si [...] [existía] un clima que ya venía gestándose en un país en el que la población inmigrante era de ambos géneros, igualmente heroicos y sufridos.
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[…] Las primeras experiencias nos moldean de modo bastante definitivo y para mí las primeras lecturas, ya mencionadas, si dejo de lado las escolares, más o menos anodinas, pesaron tanto como los pasajes de la vida que se suelen considerar decisivos. Esas lecturas fueron sosteniendo un entramado del que nació –sin yo saberlo aún– un interés cultural que me impondría a la vez obligaciones y alegrías. Recuerdo la aparición en mi escuela de Alfonsina Storni. No se me borró su carita de suiza asoleada; más adelante quedaría en compañía de otra suicida –indudablemente mayor– Virginia Woolf, no solo por las obras de ésta y por su voluntad de realizarlas contra una intermitente insania y otros detrimentos que la torturaban; también por llegarme integrada a un grupo, el de Bloomsbury, admirable y homogéneo, frente al cual siempre me dije que si la soledad puede ser buena para crear, debía ser muy estimulante un entorno que comprende y alienta, en cuyo pequeño laboratorio podemos analizar los efectos de nuestras químicas inseguras.
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[…] El inconsciente trabajó por mí durante un período en el que me acostumbré a dejarme atraer por un ritmo, por palabras que se relacionaban de un modo extraño mientras postponía la necesidad de explicármelas. Después, cuando busqué los admirables libros últimos de Mistral y su prosa solitaria, sabrosa, inconfundible, ejemplar, como también estaba leyendo a Darío, a Juan Ramón Jiménez y a Julio Herrera, comencé a sentir el vértigo de las encrucijadas, de las voces que yo creía enfrentadas y que eran sencillamente complementarias. No voy a agobiaros ni arriesgar enumeraciones que, al par que caóticas, serían sin duda parciales y por eso injustas. Sn embargo, entre ese vértigo no puedo menos que registrar la persistencia de ciertos nombres o, mejor dicho, de ciertas inclinaciones, de ciertos persistentes amores. Más que Lautréamont, fueron Apollinaire, Max Jacob, tardíamente Mallarmé –que no es poeta para comienzos– y un día la sorprendente, solitaria entre las solitarias, Emily Dickinson, y el entrañable Jules Supervielle y Vallejo y Neruda.
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[…] Hoy, los mayores especialistas del lenguaje, filósofos del lenguaje, poetas, ensayistas y también algunos novelistas aceptan que la más alta expresión del lenguaje es la poesía. Una vez, en una conversación con García Márquez, a propósito, quizás, de literatura italiana, dijo que su gran ilusión hubiese sido traducir a Leopardi. No habló de un proyecto novelístico, como hubiera sido de esperar. Sin embargo, pese a que la importancia de la poesía se diría bien establecida, cada tanto se anuncia amenazas de extinción, ya sea por agotamiento de las posibilidades de renovarse, ya sea por no adaptarse a las mutaciones técnicas, una capacidad sin la cual puede suceder que una especie, o un habito, muera.
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[…] Un médico sigue operando, aunque caigan las bombas cerca, y aunque ninguna vida dependa de la función del poeta, esta debe seguir adelante con la suya, que, sin duda, consiste, como la cigarra, en cantar mientras las hormigas acarrean su propio alimentos y algunos miembros de la raza humana trabajan para la destrucción del planeta. De todos modos, tengo claro que es más justificada la tarea de un médico que la de un poeta.
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[…] Intentar hablar de poesía, entonces, me coloca en plana paradoja china: tratar de encajar un círculo en un cuadrado; vivir como imprescindible algo que es para muchos, pero no para todos, mal visto, además, desde los tiempos de Platón.
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[…] ¿Qué lleva, entonces, a escribir poesía? Ya nadie ignora, como El burgués gentilhombre, cuando se dispone a aprender cosas para no hacer mal papel en la corte, que la prosa es el habla de todos. Los poetas tienen ese inconveniente, el de expresarse, a la hora de escribir, en la forma que buscan dominar, sin que sea la natural para el resto del mundo, es decir, que parten enfrentándose a una dificultad inicial que, en el mejor de los casos, no disminuye, sino que irá agravándose porque si la prosa tiene un ritmo –la de los grandes escritores tiene un andar que le es propio, que puede ser reconocido por el entendido que lo lee– la poesía tiene otros, distintos, no menos naturales, pero que requieren un mayor esfuerzo del lector o del oyente para llegar juntos al mismo punto, ya que, en los casos en que intenta depurar la sintaxis o la forma, suele recurrir a una necesaria abstracción de recursos habituales.
Si bien en la historia de las civilizaciones la poesía es una adquisición relativamente temprana, en la de los individuos no lo es tanto. Los niños tienden pronto a dibujar. Siempre que tengan a mano papel y lápiz, el dibujo será una de sus formas de expresión natural, tanto que se estudia la evolución de dichos dibujos en busca de esquemas que deben repetirse, hasta el punto de que su no aparición anuncia un trauma o una anormalidad psíquica. En cambio, se espera que la receptividad ante un poema requiera cierta ayuda, la comprensión de todas las palabras que lo integran, una preparación gradual, incluso una disposición de apertura a lo distinto.
Ya aceptada las dificultades de la lírica, ya ganados por su campo riesgoso, no todos avanzamos por él con igual seguridad de rumbo. Siempre se me ha planteado como un misterio, como una inquietante sospecha de una ley superior manifiesta, que algunas asombrosas precocidades suela implicar la aceleración de una vida en sus comienzos y, luego, la muerte temprana.
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[…] Se diría poco usual, bastante raro, que un poeta nazca de la nada literaria, de la tabula rasa de alguien ajeno a la poesía escrita, aunque pueda darse que haya sido un lector inocente que recibe la impresión estética en actitud pasiva, sin preocuparse de inquirir los recursos, la fe en una tradición o las malicias de las innovaciones que sostienen el pasmo del que goza. Todavía no ha caído en la cuenta de que está disfrutando de ese período que, de resultar él un escritor, puede no ser eterno en que se empapa en estado de inocencia de lo que lee, siendo a menudo perfectamente capaz de abrirse con el mismo estado de gracia receptiva a objetos de creación literaria muy distintos, incluso contradictorios, que le llegan de estéticas opuestas.
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[…] La poesía es un puente, sí, pero no de seguro hierro, no de palabras siempre claras, sino dinamitado, riesgoso, lleno de fisuras, de agujeros, cubierto con los harapos de los fracasos, de las angustias invisibles que quizás sólo valen para quien lo construyó. El puente, fuese o no el Mirabeau, desde el que un gran poeta, Paul Celan, quizás uno de los más trágicos de todos, porque su nostalgia fue no sólo de un pasado perdido, sino, además, de una vida de cuya libre posesión no tuvo el derecho absoluto, saltó hacia la muerte.
La poesía parte de cosas concretas. Neruda dijo en un momento: «Dios me libre de inventar cosas cuando estoy cantando». Quizás en ese momento estaba inventado a Dios, al que nunca recurrió, pero es posible que esa concreción no sea la misma en todos los casos.
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[…] para comprender el poema, lo dicho importa tanto como lo que se deja sin decir. Sin duda hay quienes apuestan a una creación totalizadora que presupone la posibilidad de ir pasando la realidad por el lenguaje hacia un poema que va a decirlo todo.
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[…] Wallace Stevens decía que un poema es un meteoro, es decir, algo fugaz y que es captado en ese paso veloz o se pierde. El surgimiento de ese instante iluminado, antes de su posible desaparición, es un misterio. Podemos domesticar ese centelleo inexplicable llamándolo ocurrencia. Valéry, que detestaba lo incontrolado, habla de una insoportable sensación de extrañeza con la que un ritmo lo embarga, llega a hablar de gracia. Otros poetas aceptan con menos sorpresa lo inexplicable, esa nebulosa inicial o esas palabras precisas –el nombre no es una sombra, es la cosa, según Shklovski–, de las que puede surgir una situación poética en la medida en que el poeta se sobrepone al peso de lo real para hacerlo, más real aun, por la poesía.
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IDA VITALE (Montevideo, 1923). Poeta y escritora uruguaya. Destaca por su obra poética, así como en el campo de la crítica literaria, la traducción y la crítica literaria. Ha publicado casi una treintena de libros. Su obra poética puede leerse en la antología Todo de pronto es nada (2015) o en su Poesía reunida (2017). Ha recibido numerosos premios entre los que destacan el Premio Reina Sofía (2015), y el Premio Cervantes (2018).
MARÍA JOSÉ BRUÑA BRAGADO (Zamora, 1976) es profesora titular de la Universidad de Salamanca. Ha publicado ensayos críticos sobre Delmira Agustini y sobre la poesía uruguaya reciente (Verbum, 2011). Asimismo, ha publicado una treintena de artículos a propósito de la escritura neobarroca, poesía de entresiglos, especialmente de mujeres y narrativa argentina, uruguaya y chilena de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Ha publicado la edición crítica Todo de pronto es nada (Ediciones Universidad de Salamanca, 2015) de la poesía de Ida Vitale.
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