Aixa Rava / Los sitios de mi cuerpo
Aixa Rava |
Los sitios de mi cuerpo posee esa fuerza de quien escribe desde el lugar de los hechos; no desde el futuro, en retrospectiva (que permitiría imaginar allí donde nunca hubo, creer lo que jamás sucedió), sino donde se produjo la herida; el desgarro que desunió lo que estaba unido. [...]
Estamos en presencia de una poesía escrita sin ninguna tentación de trascendencia, y por ello más afín a la materialidad de la palabra. [...] No es nada condescendiente con los hechos: no quita ni agrega, no inventa. Y si recuerda, cuenta las cosas de modo tal que al rememorarlas dice lo que efectivamente fue. Porque aquello de lo que se escribe está ahí, latente en ese «presente ileso». Esa es su potencia y su verdad, su capacidad de afectarnos desde el lugar de los hechos; la imposibilidad de desconocer que vamos a ser dañados: «esta herida la lavé ayer / y hoy de nuevo».
Arañas
Esa inmunda costumbre
de pegar los pelos como madejas
en los azulejos de la ducha.
Cuando estoy sin lentes
son arañas inmóviles que entretejen
el agua que cae desde mis pechos hasta mi pubis
—áspera se me hace. No me gusta
que me miren mientras me baño.
Como las demás
Reclinada sobre el respaldo
asegura que se siente bien —se asegura
el peso hacia atrás,
se pregunta, se contesta,
comprueba el orden.
De repente le vienen ganas de levantarse
de andar como si reconociera su levedad
y atenta al vuelo —la cerveza helada y burbujeante
que se tomó frente al fuego
mientras le preguntaba si esas eran las uvas
que incluso maduras se veían verdes.
Se levanta, entonces, con el cuerpo
las tetas sueltas bajo la remera de Woodstock.
Camina hasta el borde de cemento
y roza
la punta de los dedos en la mesa
de patas verdes y mantel con girasoles.
Descubre al sapo en el cantero,
bajo de la pala de jardín, y su salto
hacia el fondo del banco.
Él la ve perderse entre las espalderas,
la sigue vacilante pero con ganas
encuentra
la cabeza de ella en el piso
sus piernas al cielo.
Los ojos del pibe nuevo
tan cerca
la mano abanicándole el rostro.
Un paseo por la chacra
dice cuando vuelve y suena
por lo bajo
un a mí también me pasó cuando fumaba.
Pero no, sabe que no es por eso,
que creció rápido como el sapo
y nunca pudo dominar
los tacos
ni pintarse los ojos de un trazo
como las demás.
Nieve
La última vez que toqué la nieve
mis manos recibieron las partículas
minúsculas de aquella otra
que alguna vez odié.
Una bola de nieve es como una bola de cristal:
puedo ver a través las calles blancas
las piernas enterradas hasta la rodilla
los techos cubiertos, las ramas vencidas
las huellas cimbreantes, barrosas
de los autos y camiones.
Puedo ver también las tardes
de juego en casa:
la danza en el living
el montaje en la escalera
mamá que teje y toma mates y nos mira.
Una soledad plomiza entra por las ventanas,
papá está lejos, en el campo
imprime sobre esta misma nieve
la rúbrica de sus borcegos.
La nutria que cuidamos está en mis brazos,
caliente el cuerpo se hincha y retorna,
nos mira hasta que se duerme y la nevisca
se funde con las voces de Sui Generis.
Mis manos aclimatadas se acoplan al fuelle,
la última vez que toqué la nieve
eché en falta ese pelaje denso
por sentirlo otra vez dejé
que me quemara el frío.
Cuando no haya nada
No sé cómo suena tu voz, hermana,
cómo danza tu risa y tus ojos cómo transitan
las cosas, los bordes, lo amplio, lo angosto.
No sé cómo tocan tus manos
lo rugoso, lo suave,
lo que amás, lo que te hastía,
ni cómo sueña tu mente, tu pecho
cómo abraza lo que te ilumina, lo que te calma.
No sé si lloraste anoche, si bebiste
¿te alimentaste?
Si hubo un hombre o una mujer
a tu lado, si fue hace mucho,
ayer, si será quizás la próxima semana
esa felicidad inmensa
o esa tristeza abisal
que poco a poco mata.
No sé de vos casi nada
sólo lo que importa: que sos hermana
y basta para armar un cuerpo de palabras
que te abrace cuando el tuyo se vuelva parva
una casa para que habites en la distancia
una carta para que leas cuando no haya nada.
Armadura
Debajo del árbol me arrulla
como el viento a las ramas esa tarde
que me enfrenté a papá.
Diestra en el sostén de cuatro hijos
sus brazos rodean mi espalda
entrelaza las manos
y nos balanceamos las dos
una canasta humana.
Me dice No le contestes, hija…
palabras que puedo entender
y nos hundimos en las lides del cuerpo
y de la mente
como queriendo justificar
levantamientos y sumisiones.
Así, la vida-contienda, el hogar-campominado
el lenguaje-aguja y estos hilos que
se enredan y no se cortan.
Madre, todavía no aprendo
y me encierro en el abrazo
debajo del árbol, al arrullo del río.
A veces la armadura
se parece a un cascarón
y se parte.
El principio
¿No te diste cuenta?
Eras vos,
te sentaste a mis espaldas.
Yo leía un libro boca abajo
—era mi cama
vos me mirabas.
¿No te diste cuenta?
Eras vos,
yo no entendía que te acercaras
con la mano como pala
para hundirme en el cuerpo
—no te miraba
pero eras vos
tocando
mi fondo
mi principio
—fuiste el principio de todo.
Tiesa seguí, leía
leí
leí
no hubo palabras
no supe si no entendiste
o no te importaba
que era yo
y que me ahogaba
en un silencio que fue sólo nuestro
en un dolor que fue sólo mío.
Los sitios de mi cuerpo
Sitiar tiene impronta latina
y su forma replica la de una muralla.
Sitiar es acción colectiva, individual, acción humana.
Sitiaste una parte minúscula, suelo de mi pelvis.
Sitié entera la corteza donde se alojó el recuerdo.
Sitiamos los ratos libres, las noches de celo
cada vocablo dulce, cada veneno.
Poco a poco cercados
los sitios de mi cuerpo.
No, no lo hice sola
no puedo sola con tanto
territorio vivo.
Fuga
Hasta acá vinimos por el descanso
desde similares locuras citadinas
donde nos perdemos y a veces nos fugamos
donde caminamos siempre de la mano.
Hasta acá vinimos por los álamos protectores,
por los pinos, las rosas, los frutales,
por el río que nos limpia con corriente helada
que nos vuelve frescos, vitales.
Vinimos por la noche con estrellas y el aroma
a sidra que se enreda en los rayos de las bicis,
por esa manzana tibia que comemos en la siesta
a orillas del canal,
por el asado y los mates bajo la parra
y los perros que dormitan a nuestros pies.
Hasta acá vinimos un año más y nos crecieron
bolitas rojas y puntas afiladas
y nos besamos
igual
hicimos el amor en todas las camas,
en los sillones, en el césped recién cortado.
Miramos pelis viejas y escuchamos
la música de la fauna y del tocadiscos
también gritamos, dimos golpes a las puertas,
nos encerramos y les dijimos a todos
que estábamos bien cuando estuvimos mal
pero vinimos
hasta acá, y nos amamos
con el hambre desaforada de los pájaros
que a las uvas clavan su pico para llenarse
de zumo ardiente.
Cobijo
Una paloma que desde acá parece cuervo
deja que la tarde le caiga serena
después de la lluvia.
Inmóvil en la rama observa la calle
desde acá le veo solo el lomo negro
y no sé por qué
recobro entonces tu cuerpo blanco
blanco tu cuerpo escorzado sobre la cama.
Si me acerco muy lento a vos
redoblas la postura para abrazarme
haces espacio entre las arrugas de las mantas
me cobijas como haría la paloma si tuviera cerca
otro cuerpo como el suyo ahora.
Tu respiración se desparrama por mi nuca
afuera escampa
me voy quedando dormida entre tus brazos alas.
Cocinar
Pienso mientras corto las papas
mientras cocino para mí como hace tiempo
cocinaba para nosotros
que yo querría cocinarte a vos
cocinarte en esta cacerola
reducirte con un bocado de hongo
mágico
salpimentarte a gusto, rehogarte apenas
con cebolla morada y pimiento rojo
ponerte las papas debajo y encima
no te preocupes
hace calor pero el aroma es extraordinario.
Quedarías tierno, casi tanto como sos
dorado
así como se vuelve tu pelo en el verano,
te comería a mordiscos desesperados
tenerte dentro como nunca antes.
Está claro
que todavía no puedo
cocinar para otro.
Bibélula
Vi una libélula disecada en la ventana de tu estudio
cuando subí a buscarte.
La vi y te dije tenés una libélula
a la que siempre llamé «alguacil».
Sí, está muerta, respondiste
y me acordé de esa otra
muerta también en una cajita
de plástico transparente
sobre la mesa de café, y por ella,
me acordé de él —todo al revés
cuando subí a tu estudio a buscarte.
La evocación traspone tiempo con espacio,
una libélula muerta decís y yo sólo escucho
lo que puedo
y tomo el largo, largo camino a casa,
una libélula en Buenos Aires
como tantas otras pero sobre todo
como aquella
muerta en Río Negro sobre una mesa de café.
Un quiebre y un enlace
que fundo parada ahí
en el medio de tu estudio
rodeada de tus libros, a medio vestir
con tu mano apretándome la cola, tu cabeza
recostada sobre mis pechos
y la vida dando vueltas un nosotros
que se actualiza
como una libélula sobre el marco de una ventana.
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