miércoles, 5 de octubre de 2022

Aixa Rava / Los sitios de mi cuerpo







Aixa Rava


























Los sitios de mi cuerpo posee esa fuerza de quien escribe desde el lugar de los hechos; no desde el futuro, en retrospectiva (que permitiría imaginar allí donde nunca hubo, creer lo que jamás sucedió), sino donde se produjo la herida; el desgarro que desunió lo que estaba unido. [...]

Estamos en presencia de una poesía escrita sin ninguna tentación de trascendencia, y por ello más afín a la materialidad de la palabra. [...] No es nada condescendiente con los hechos: no quita ni agrega, no inventa. Y si recuerda, cuenta las cosas de modo tal que al rememorarlas dice lo que efectivamente fue. Porque aquello de lo que se escribe está ahí, latente en ese «presente ileso». Esa es su potencia y su verdad, su capacidad de afectarnos desde el lugar de los hechos; la imposibilidad de desconocer que vamos a ser dañados: «esta herida la lavé ayer / y hoy de nuevo».


Diego Ravenna






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Arañas


Esa inmunda costumbre

de pegar los pelos como madejas

en los azulejos de la ducha.

Cuando estoy sin lentes

son arañas inmóviles que entretejen

el agua que cae desde mis pechos hasta mi pubis

—áspera se me hace. No me gusta

que me miren mientras me baño.





Como las demás


Reclinada sobre el respaldo

asegura que se siente bien —se asegura

el peso hacia atrás, 

se pregunta, se contesta,

comprueba el orden.

De repente le vienen ganas de levantarse

de andar como si reconociera su levedad 

y atenta al vuelo —la cerveza helada y burbujeante 

que se tomó frente al fuego 

mientras le preguntaba si esas eran las uvas 

que incluso maduras se veían verdes.


Se levanta, entonces, con el cuerpo

las tetas sueltas bajo la remera de Woodstock.

Camina hasta el borde de cemento

y roza 

la punta de los dedos en la mesa

de patas verdes y mantel con girasoles.

Descubre al sapo en el cantero, 

bajo de la pala de jardín, y su salto

hacia el fondo del banco.

Él la ve perderse entre las espalderas,

la sigue vacilante pero con ganas 

encuentra

la cabeza de ella en el piso

sus piernas al cielo.

Los ojos del pibe nuevo 

tan cerca

la mano abanicándole el rostro.


Un paseo por la chacra

dice cuando vuelve y suena

por lo bajo

un a mí también me pasó cuando fumaba.


Pero no, sabe que no es por eso,

que creció rápido como el sapo

y nunca pudo dominar 

los tacos 

ni pintarse los ojos de un trazo

como las demás.





Nieve


La última vez que toqué la nieve

mis manos recibieron las partículas

minúsculas de aquella otra

que alguna vez odié.

Una bola de nieve es como una bola de cristal:

puedo ver a través las calles blancas

las piernas enterradas hasta la rodilla

los techos cubiertos, las ramas vencidas

las huellas cimbreantes, barrosas

de los autos y camiones.

Puedo ver también las tardes 

de juego en casa: 

la danza en el living

el montaje en la escalera

mamá que teje y toma mates y nos mira.

Una soledad plomiza entra por las ventanas,

papá está lejos, en el campo 

imprime sobre esta misma nieve 

la rúbrica de sus borcegos.

La nutria que cuidamos está en mis brazos,

caliente el cuerpo se hincha y retorna, 

nos mira hasta que se duerme y la nevisca

se funde con las voces de Sui Generis.

Mis manos aclimatadas se acoplan al fuelle,

la última vez que toqué la nieve

eché en falta ese pelaje denso 

por sentirlo otra vez dejé

que me quemara el frío.





Cuando no haya nada


No sé cómo suena tu voz, hermana,

cómo danza tu risa y tus ojos cómo transitan

las cosas, los bordes, lo amplio, lo angosto.

No sé cómo tocan tus manos

lo rugoso, lo suave,

lo que amás, lo que te hastía,

ni cómo sueña tu mente, tu pecho

cómo abraza lo que te ilumina, lo que te calma.

No sé si lloraste anoche, si bebiste

¿te alimentaste?

Si hubo un hombre o una mujer

a tu lado, si fue hace mucho,

ayer, si será quizás la próxima semana 

esa felicidad inmensa

o esa tristeza abisal 

que poco a poco mata.

No sé de vos casi nada

sólo lo que importa: que sos hermana

y basta para armar un cuerpo de palabras

que te abrace cuando el tuyo se vuelva parva

una casa para que habites en la distancia

una carta para que leas cuando no haya nada.





Armadura


Debajo del árbol me arrulla

como el viento a las ramas esa tarde

que me enfrenté a papá.

Diestra en el sostén de cuatro hijos

sus brazos rodean mi espalda

entrelaza las manos 

y nos balanceamos las dos

una canasta humana. 

Me dice No le contestes, hija…

palabras que puedo entender

y nos hundimos en las lides del cuerpo

y de la mente 

como queriendo justificar

levantamientos y sumisiones.

Así, la vida-contienda, el hogar-campominado

el lenguaje-aguja y estos hilos que

se enredan y no se cortan. 


Madre, todavía no aprendo

y me encierro en el abrazo 

debajo del árbol, al arrullo del río. 

A veces la armadura

se parece a un cascarón 

y se parte.





El principio


¿No te diste cuenta?

Eras vos,

te sentaste a mis espaldas.

Yo leía un libro boca abajo

—era mi cama

vos me mirabas. 

¿No te diste cuenta?

Eras vos,

yo no entendía que te acercaras

con la mano como pala

para hundirme en el cuerpo

—no te miraba

pero eras vos 

tocando 

mi fondo

mi principio


—fuiste el principio de todo.


Tiesa seguí, leía

leí

leí

no hubo palabras

no supe si no entendiste

o no te importaba

que era yo

y que me ahogaba

en un silencio que fue sólo nuestro

en un dolor que fue sólo mío.





Los sitios de mi cuerpo


Sitiar tiene impronta latina 

y su forma replica la de una muralla.

Sitiar es acción colectiva, individual, acción humana.

Sitiaste una parte minúscula, suelo de mi pelvis.

Sitié entera la corteza donde se alojó el recuerdo.

Sitiamos los ratos libres, las noches de celo

cada vocablo dulce, cada veneno.

Poco a poco cercados 

los sitios de mi cuerpo.

No, no lo hice sola 

no puedo sola con tanto 

territorio vivo.





Fuga


Hasta acá vinimos por el descanso

desde similares locuras citadinas

donde nos perdemos y a veces nos fugamos

donde caminamos siempre de la mano.

Hasta acá vinimos por los álamos protectores,

por los pinos, las rosas, los frutales,

por el río que nos limpia con corriente helada

que nos vuelve frescos, vitales.

Vinimos por la noche con estrellas y el aroma 

a sidra que se enreda en los rayos de las bicis, 

por esa manzana tibia que comemos en la siesta

a orillas del canal, 

por el asado y los mates bajo la parra 

y los perros que dormitan a nuestros pies.

Hasta acá vinimos un año más y nos crecieron

bolitas rojas y puntas afiladas

                            y nos besamos

igual 

hicimos el amor en todas las camas,

en los sillones, en el césped recién cortado. 

Miramos pelis viejas y escuchamos

la música de la fauna y del tocadiscos 


también gritamos, dimos golpes a las puertas,

nos encerramos y les dijimos a todos 

que estábamos bien cuando estuvimos mal

pero vinimos

hasta acá, y nos amamos 

con el hambre desaforada de los pájaros

que a las uvas clavan su pico para llenarse 

de zumo ardiente.





Cobijo


Una paloma que desde acá parece cuervo

deja que la tarde le caiga serena 

después de la lluvia.

Inmóvil en la rama observa la calle

desde acá le veo solo el lomo negro

y no sé por qué 

recobro entonces tu cuerpo blanco 

blanco tu cuerpo escorzado sobre la cama.

Si me acerco muy lento a vos

redoblas la postura para abrazarme

haces espacio entre las arrugas de las mantas

me cobijas como haría la paloma si tuviera cerca

otro cuerpo como el suyo ahora.

Tu respiración se desparrama por mi nuca

afuera escampa

me voy quedando dormida entre tus brazos alas.





Cocinar


Pienso mientras corto las papas

mientras cocino para mí como hace tiempo

cocinaba para nosotros

que yo querría cocinarte a vos

cocinarte en esta cacerola

reducirte con un bocado de hongo 

mágico

salpimentarte a gusto, rehogarte apenas

con cebolla morada y pimiento rojo

ponerte las papas debajo y encima

no te preocupes

hace calor pero el aroma es extraordinario.

Quedarías tierno, casi tanto como sos

         dorado

así como se vuelve tu pelo en el verano,

te comería a mordiscos desesperados

tenerte dentro como nunca antes. 


Está claro 

que todavía no puedo

cocinar para otro.





Bibélula


Vi una libélula disecada en la ventana de tu estudio

cuando subí a buscarte.

La vi y te dije tenés una libélula

a la que siempre llamé «alguacil».  

Sí, está muerta, respondiste

y me acordé de esa otra

muerta también en una cajita 

de plástico transparente

sobre la mesa de café, y por ella, 

me acordé de él —todo al revés

cuando subí a tu estudio a buscarte.

La evocación traspone tiempo con espacio, 

una libélula muerta decís y yo sólo escucho

lo que puedo 

y tomo el largo, largo camino a casa,

una libélula en Buenos Aires

como tantas otras pero sobre todo

como aquella

muerta en Río Negro sobre una mesa de café.

Un quiebre y un enlace

que fundo parada ahí 

en el medio de tu estudio

rodeada de tus libros, a medio vestir

con tu mano apretándome la cola, tu cabeza

recostada sobre mis pechos

y la vida dando vueltas un nosotros 

que se actualiza

como una libélula sobre el marco de una ventana.






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AIXA RAVA (Tierra del Fuego, 1982). Profesora en Letras por la Universidad Nacional del Comahue (Neuquén), escritora y editora. Dirige el sello editorial de libros ilustrados Tanta Ceniza Editora. Ha publicado los libros de poesía Barda (Buenos Aires Poetry, 2014), La luz no se corta como el papel (Ediciones con doble zeta, 2016), Los sitios de mi cuerpo (Añosluz Editora, 2019), En el patio crece una planta rosario (Qeja Ediciones, 2021) y Sobre esta misma nieve (Esdrújula Ediciones, 2022). Su obra ha sido recogida en diversas antologías. 






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