miércoles, 29 de marzo de 2023

  

Cristina Grisolía / El paisaje es un animal solitario







©Jordi Caba                                                                                                    Cristina Grisolía








La poética de Cristina Grisolía puede resumirse con una frase premonitoria del inicio de Levedad en la piedra en la que define el oficio de escribir: «La poeta, mientras tanto, saca partido de la confusión». Si hay una característica que congrega su poesía es la de una reflexión contemplativa desde los resquicios del diccionario convencional. 

En su último libro, El paisaje es un animal solitario invita no sólo a la paradoja, sino a hacer una alto en el camino para observar el mundo desde quien lo habita; el paisaje no es animal, ni mucho menos «solitario»; el paisaje es tan sólo la mirada que lo funda. 

El poema es la escritura de las emociones que no encajan dentro de las palabras que no recoge el acervo de palabras compartidas. De ahí la búsqueda paradójica de la palabra perfecta que no existe fuera del poema. Su mirada se detiene en lo concreto y palpable y traslada lo físico al pensamiento. ¿Y qué es lo que emerge ante esa contemplación íntegra y precisa? La imagen como una forma elemental de resistencia. 

Juan Pablo Roa





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EN SU deseo de claridad se convierte en pintora
extiende lienzos y cartulinas y afila
los pinceles.
Derribó la ventana del cuarto, por el boquete
la luz retrasa las penumbras; sombras llamadas adjetivos
cuando aún eran contrarios al silencio.
Aquello en que decir de otra forma es imposible
te hunde
hasta torcer como el brazo de un niño la palabra.
Ser implacable cansa, su deseo de claridad
se une a la confesión,
tal vez por el temor a no morir en paz
siendo amistosa y legible.
Los colores se ajustan a la forma.
El chillido, si hubo dolor, se aleja.
La finura del trazo convalida el cuerpo de la artista
aliviada y superpuesta, todo encaja
en materia extendida.


                                                 [De El paisaje es un animal solitario]







                                                                                                             A Adán


ADONDE tú y yo vamos no hay sombra, la luz
recubre plana el recorrido y nuestra pérdida de orientación
sin diagonal que mueva el mediodía.
La transparencia del follaje
hace sentir el vértigo de andar sobre un suelo de vidrio
sobre una arqueología de pequeñeces
en la casa del hombre.
Tomados de la mano la unión no se proyecta en la pared
no crea la línea y su nudo, puente colgante al vaivén de los pasos
adonde vamos, letras sueltas como farolillos taponan las palabras
y nos deleita el silencio.


                                                                        [De El paisaje es un animal solitario]









CUANDO las estrellas no acaban de caer
o acaso mi vista no las alcanza, la pregunta inevitable
sobre el deseo sobre la infinitud del deseo me conmueve.
Entonces llamo a los niños: ¡corran!
para llenar de alboroto el gran silencio. Il m’émeut, distancio el pensamiento
con palabras.
¡Allí, allí! Me indican el lugar donde cayó la estrella
là-bas, là-bas. Los niños se alejan
con su fe hacia la rama encendida, yo
detengo el pensamiento: branche.


                                                                                             [De El paisaje es un animal solitario]







Con brevedad y calma




ENCENDIÓ la fogata por costumbre
ante el boquete de su casa
pero ya había olvidado
de qué debía protegerla el fuego


                 *


DE UNA a otra mesa transporto
mis cuadernos, se levanta
un polvillo contra la luz apenas
al apoyar el lápiz. Las mesas
despejadas indulgentes
vacías


                 *


EL MAESTRO no leyó el libro
tampoco el alumno leyó el libro.
Sobre las letras
quedó inédito el poema


                 *


SU AMOR, su amado, había muerto
o era acaso su padre o su hijo.
Invadía tanto la ausencia
ya no podría decir cuál de ellos la vaciaba


                 *


ACOLCHADOS los bordes de la mesa
amortiguan el filo
mullen el antebrazo
insonorizan la escritura


                                                                 [inéditos]










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CRISTINA GRISOLÍA (Rosario, 1946) reside en Vilanova i la Geltrú desde 1980. Ha trabajado en el activismo feminista y social. Cofundadora de la revista Cronopio, estuvo también vinculada a El Escarabajo de Oro. Ha publicado Poemas de perfil (Cafè Central, 1995); Donde el progreso no existe y gozo (El Cep i la Nansa, 2004); Galope y canto (Papeles de Trasmoz, Olifante, 2014), Levedad en la piedra (Olifante Ediciones de Poesía, 2019) y El paisaje no es un animal solitario (Animal Sospechoso, 2023).







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