jueves, 11 de junio de 2015

Al mismo tiempo. La escritura de Rosa Lentini / Eduardo Milán













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Hay algo que conmociona profundamente en esta Poesía reunida (2014-1994) de Rosa Lentini. Mediante una extracción del tiempo la autora se relee a sí misma y sopesa las posibilidades de una justificación lírica de su experiencia vital que se volvió escritura, escritura en retrospectiva. Bajo una mirada de convocación se juntan –vida reunida– los afectos que conforman, desde un deambular hablante que entra y sale de todos los espacios, la escritura. Pero no hay que dejar que ese «algo» caiga en la vaguedad –vaguedad: nada más lejos de la significación de la palabra poética para Lentini que cualquier atisbo de vaguedad– de otro «oficiar lírico» más, que, visto así, no le hace justicia a esta aventura de reverse que, por un momento, parece más orfeica que órfica bajo el signo del re-verse, la vuelta del verse a sí misma en el versum de la vida. Lo que no suelta al azar su «algo» es el desafío de una verdadera propuesta de poética que vuelve un círculo completo este haber tenido/haber escrito en el despliegue de una pregunta para todas las respuestas: ¿en qué tiempo de escritura estamos poéticamente hablando? Clave: la vitalidad con la que se escribe ese «haber tenido» lo ensalza a la dignidad de un continuo presente, al mismo tiempo, ese «vivimos sincrónicamente», epifanía de Rosa Lentini que recuerda Jenaro Talens en sus lúcidas notas sobre la poética de la autora[i]. Si se vive al mismo tiempo, se vive la pérdida al  mismo tiempo que la vida, o sea: la vida asume la pérdida porque la pérdida –ése es el triunfo de la vida– no puede asumir la vida.



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El tiempo, que de veras escapa, va acompañado de imágenes y fechas. Va también acompañado de una escritura que finge tener que ver con él. Entre imágenes y fechas, de un lado, y escritura, del otro, hay una zona neutra, la región de los detalles. Aunque el título de la Poesía reunida (2014-1994) de Rosa Lentini –una reunión a tres títulos: Hablando de objetos rotos, Linaje río abajo y El fin y el origen– es ya una poética, o se quiere que así se contemple una de sus posibles lecturas, es una poética relativa, no totalizante. Fuera de aquí todo aroma que pudiera traer consigo algún aseguramiento con indicios eternistas. Los tres títulos para una sola reunión indican una cierta inclinación a la tentativa. Nada tiene un sólo nombre –no hay certeza en la memoria– es una apuesta dura para los tiempos poéticos que corren. O, si se quiere reducir el impacto, ningún libro tiene un solo nombre. Todo título es arbitrario. Esto es tan cierto y tan enemigo de toda certidumbre que alcanza el nivel deseado para una poética. Sobre todo si se trata de una obra que arranca con un libro cuyo nombre está escrito en un tiempo verbal pasado y que sitúa desde ese nombre el suceder en otro espacio: Tuvimos (2013), la más reciente publicación de Rosa Lentini, que organiza bajo su mirada los libros anteriores que van apareciendo por lectura de presente a pasado: El veneno y la piedra (2005), Las cuatro rosas (2002), El sur hacia mí (2001), que comparte espacio con Tsunami (2013), Cuaderno de Egipto (2000) y La noche es una voz soñada (1994). Ese «tener» en pasado alcanza lo posible: vida, memoria, tiempo. Y alcanza escritura. La escritura pasa a ser «lo que se tuvo» aunque esté insistentemente inscrita en el presente desde la inversión temporal de ubicación del último y más reciente libro en el lugar del primero. De este modo temporal abre el volumen. Lo abre al presente de la escritura y desde el presente o, por lo menos, desde el último presente. La precisión no es vana: se vive a varios presentes en una actualidad para la que la memoria es una suerte de lugar cultual que ocupa el lugar de la historia. Lentini hace así un juego con la parcela de historia distópica que se vive luego del cese ralentizado de la utopía desde comienzos de la tercera parte del siglo XX. Se vive a tiempo liberado, en apariencia. Tiempo propicio para la poesía, parecería, no para la historia. Se escribe, dice así Rosa Lentini, desde el presente. Pero, ¿hacia qué tiempo? Lo que no es lo mismo que preguntar para qué tipo de lectores. Hay algo de verdad extrapoética en la formulación teórica que hace esta reunión. Es más: se diría que desde esta localización extrapoética es posible trabajar la incertidumbre del tiempo en que el mismo libro tiene cabida. No funciona en poesía combatir –si eso se quiere– la incertidumbre a golpes de sobrentendido poético, eso a lo que una doxa poética recurrirá en tiempos aciagos para la poesía donde todavía –o más que nunca– resuena el ritornello de Hölderlin: … «¿Y para qué poesía en tiempos de miseria?»[ii]1 . Salvo para conciencias poéticas donde el tiempo poético ya está resuelto –resuelto antes de ser puesto en cuestión– el tiempo de la poesía, el tiempo en la poesía, sigue siendo uno de los temas pertinentes y acuciantes teórica y prácticamente. Hay que escribir a escritura desnuda, esto es, sin resolver –y soportar lo irresoluto de (y en) la escritura.



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Bajo el signo de Tuvimos está la poética clara, una poética casi (im)posible en la poesía de hoy: la poética del reconocimiento. El verbo permite el reconocimiento de lo habido –cuentas con lo vital, cuentas con el fluir a tu favor, cuentas con la edad tocada– y el reconocimiento, en su tiempo: el tiempo verbal, de lo que ya no está. En la primera acepción se abre a un futuro incierto que –ése sí– cuenta con el reconocimiento de lo que hubo. En la segunda, se abre a la elegía. Casi diría que esta partición del reconocimiento es posible porque todo impele a valorar, no sólo a revalorar, como condición de lo dramático de la sobrevivencia pero, menos dramático, como condición de continuidad. Mediante el reconocimiento Lentini permite, colocado ese último libro en primera línea, reconocer la obra anterior al mismo paso que la vida anterior. El libro se transforma de un posible avance hacia la reunión en un repaso de lo reunido. El movimiento del libro Tuvimos –su reposicionamiento– es clave de todo el volumen porque ordena la mirada del conjunto. Comienza la especulación dada su apertura significativa. Pero la invitación es precisamente ésta porque es el tiempo del balance, no de la balanza ni del «pasado en claro» paciano. Del rever. Tuvimos sugiere un resto, una apoyatura: de eso oficia la escritura misma, su potencial articulador que soportado en una mínima base residual es capaz de formular, sin descaracterizarse, la potencia de la pérdida presente ante un pasado que, colmado el sujeto o no, era suficiente como espacio habitable. Tuvimos, más que una nostalgia, señala una deficiencia de presente, un presente que no da más de sí que la superficie de su fugacidad. Se habla desde un resto de la constitución de otro resto con valor de vivencia plena. De ahí que ese tuvimos, esa concreción que no está, logre una plenitud en ausencia cuya solidez será, frente a la inconsistencia, demoledora. Tuvimos es el abismo que señala la inconsistencia de algo que se propone como verdad concreta ahora que cayó con el mundo de la vaguedad y el horror el imperio de la abstracción. Desde esa perspectiva contundente todo tener, considerado como plenitud, no como propiedad, es falso, ilusorio, fantasioso. No es, insisto, el pasado: es la solidez que muestra su falta. Porque decir tuvimos es desterrarse del presente, vivir referido a un abismo de cosas, un tiempo-mundo que está ahí para fundarse. ¿Cómo se determina lo tenido? En poesía es difícil. Parece invitar Lentini a lo imposible de su consideración. Si se mira lo poético desde el punto de insuficiencia de un lenguaje que nunca alcanza, la poesía es un deseo de tener que se concreta en el posible y tentativo «tener» de un poema. Es la posible concreción: ese contundente, antimetafísico, «to have or nothing» de Wallace Stevens. Esto quedaría consignado en el título del libro de Lentini, tres opciones de nombre para la misma aventura. Aunque, también en la lógica de los «modernos» y en la más pura tradición poundiana, Lentini practica un «make it new» implacable desde eso que al comienzo llamé «región de los detalles»:


Lo dulce surge del pasado
con una única consigna
de hacerse apetecible. 
Atesoradas ciruelas 
          en el reino de lo inmutable 


Donde no todo puede ser alcanzado por el concepto, en poesía, llama poderosamente la atención la distribución de las líneas que practica Lentini. Su verso, moldeado más por la respiración ordenada de los grupos fónicos, bordea siempre la prosa, esa prosa que dejó de ser derrame urbano para convertirse en el enfrentamiento del verso con su propia noción de límite. La lírica no se pierde sino que gana terreno. Y en el reagrupamiento afectivo, en la recreación de los escenarios donde –tal vez, quién sabe– ocurrió lo que ocurre ahora en la escritura –ocurrió allí lo que la escritura es aquí capaz– ese desborde, ese borde que se desdibuja adquiere su verdadera dimensión: en el imaginario que recrea no debe haber medida, su espacio es la desmesura. Guiada por su imaginación como por un faro que ya se vio, Lentini sólo puede dejarse ir, desaparecerse, desfigurarse como en el poema «Lluvia» que cierra la segunda sección de Tuvimos, poema que parte de un ceñido y corto decir para luego abismarse a la prosa.



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Hay otra mirada que quiero consignar basado siempre en la re-lectura propuesta por Lentini de su obra. Es la mirada que atraviesa, literalmente, su escritura y a medida que avanza va liberando su realidad de viaje iniciático que culmina –si es que culmina– en sus inicios: la página onírica. Esto es, sigue el linaje de una cierta modernidad oscura a flor de piel cuyo ejemplo mayor para mí es el Mallarmé de Un Coup de dés. Esto supone, también, una inversión. Cuando lo general poético es huir de la página como de un mal sueño, un recuerdo «infantil» que hay que apagar a golpes de historia y acontecimientos trascendentes, Lentini, como verdadera poeta, avanza hacia la página como hacia su consumación material. No es cualquier página: onírica, al ser del sueño, no abandona su condición caduca y mortal, raspada, vegetal, con mancha. Un viaje completo que también tiene, como capítulo de luz inmersa, su región de los muertos (Cuaderno de Egipto) pero es una zona más en la región de los detalles. Se viaja hacia el origen –lo propone en uno de sus títulos–: ésa podría ser una propuesta metafórico-trascendente. Pero Lentini vuelve todo literal, necesita consignar materialmente lo que su imaginación –o (y) su existencia real– experimenta. De ahí su capacidad de contagio y desprendimiento, fulgor y densidad. ¿Cómo se queda el lector? Literalmente deslumbrado, iluminado por la letra.




[Prólogo a la Poesía reunida (2014-1994) de Rosa Lentini, de próxima publicación en Animal Sospechoso Editor.]



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EDUARDO MILÁN (1952) ha publicado, entre otros, los libros de poesía Estación Estaciones (1975), Nervadura (1985), Errar (1991), Son de mi padre (1996), Alegrial (1997) y Razón de amor y acto de fe (2001). Participó en la antología de poesía hispánica Las ínsulas extrañas (2002) y publicó la antología de poesía latinoamericana Pulir huesos (2007).


En nuestra sección Poemas publicamos una selección de los poemas revisados para la publicación de Poesía reunida (2014-1994), de ROSA LENTINI, de próxima aparición en Animal Sospechoso Editor.








[i] Jenaro Talens, «El sol nos elige, o la rendija luminosa de la memoria. Notas sobre la poesía de Rosa Lentini», en Rosa Lentini: Tuvimos, Madrid, Bartleby, 2013.
[ii] Friedrich Hölderlin, Las grandes elegías (1800-1801), Versión castellana y estudio preliminar de Jenaro Talens, Madrid, Hiperión, 1996.


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