martes, 9 de junio de 2015

Jean-Yves Bériou / El arrebato de las cosas


Traducción de Miguel Casado, Ildefonso Rodríguez, Cinta Moreso y Juan Pablo Roa



Jean-Yves Bériou





La magnífica sobriedad de sus imágenes crece, literalmente, sobre los despojos del mundo. La poesía llega siempre demasiado tarde: todo ha sido ya hecho o deshecho, jadeando, palpitando tras una vida desesperada. ¿Por qué, entonces, la cólera, cuando no cabe sino constatar el estado de las cosas? Es porque la cólera está aún del lado de las cosas, porque las propias cosas son cólera en reposo, que ha entrado en ellas: «¿Y si acecháis la llegada de la cólera entre las ramas, la gran cólera perezosa y sus abismos invertidos? No, fijaos más bien en la cima donde crece el ciruelo, la muy dulce pradera donde duerme mi padre; preguntad por vuestro camino y seguid adelante, con una máscara de agua sobre el rostro.» 

Hay en Jean-Yves Bériou, al mismo tiempo que cólera, una gran atracción por la transparencia, por el flujo de las cosas. No tratar de retener el curso del mundo es acompañarlo mejor y mantenerse próximo a su evidencia, incluso cuando ésta es violenta, ciega, iterativa, cuando se superpone al mundo como un mundo más puro, bárbaro y real, un mundo presa de sus demonios; de sus demonios exteriores, si puede decirse así: «Por cierto, la muerte atraviesa el curso de agua como una osa enloquecida, con la miel ardiendo de deseo en sus fauces, en la vulva de flor en lágrimas. Imagino la osa, el deseo, la miel, la vulva, la flor, las lágrimas, el color negro, imagino también el ojo y su olor; pero no imagino la muerte.» 

Es evidente que estos poemas extraen su fuerza en gran medida de la fuerza de los elementos y de los apetitos que despiertan: cielo cortante, vientos terribles, remotas landas, mar olorosa, luz cruda, damas blancas, reinas y hadas, cadáveres y esqueletos expuestos al sol, acantilados abismales, animales fabulosos, deseo imperioso, apetitos de ogro, sed inagotable, música suntuosa (jazz), refinada gastronomía, ornitología mágica, etc...  No terminaríamos nunca de nombrar las sensaciones fuertes y los poderosos saberes donde se abreva esta poesía y la acumulación casi rabelesiana que profesa.  En ella, el mundo parece la espuma de un mundo experimentado con vigorosas brazadas, sumergiéndose en aguas profundas. La violencia inherente a las cosas es la garantía de su pureza. Su rudeza hace posible el lirismo. El arrebato de las cosas es su éxtasis a ras de ellas mismas. 


Laurent Albarracin



Los poemas que publicamos a continuación pertenecen al libro El arrebato de las cosas (Paralelo Sur, 2015), de Jean-Yves Bériou. Han sido traducidos por Miguel Casado, Ildefonso Rodríguez, Cinta Moreso y Juan Pablo Roa. La selección concluye con el poema inédito: «La voz del miedo. La voz de las estrellas perdidas.».





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[Ir a los poemas en francés]





El imperio de la superstición




En una metrópoli usada, arde la revuelta lujosa: los amotinados tienen tiempo para mirar a lo lejos cómo pasan las ocas salvajes.

En los desiertos de piedra pómez, un gran pájaro cegado viene algunas veces a soplar sobre las brasas de los hogares y reaviva las hogueras de la fatiga.

El imperio de la superstición, las señales de la memoria, allá, entre las nubes, sobre el rostro de los amantes, en un juego de cartas trucado.
  

Traducción de Ildefonso Rodríguez




   

Pronto, de nuevo, las desapariciones

Para Antonio G. 


La infancia, siglos para esperar. Él reía, había dejado su cráneo en la mesa del jardín. Pronto el vuelo alto de las ocas salvajes.

La cabeza: una torre en llamas que gira dentro del corazón. Órganos, órganos de nuevo. Y la nieve carbónica de un cielo, de dos cielos, de tres mares.

Arden el cielo y las estaciones que inventamos. Música de las esferas, vieja música de las arterias. Pero la pereza de los asesinos, el ejército de los astros que ya no se ven, la juventud imperativa. Ella, con sus labios blancos, sus ciudadelas de cristal, palacios de brasas.

Vuelve a la ventana abierta sobre la rabia: las plumas arrancadas, la sangre de las cosas, los vidrios obstinados. Y la dulzura de los aparecidos.

Sí, en una terraza a la hora de la cena, la dulzura de los aparecidos; acercarse al olvido y los setos que florecen, apretar una bola metálica de cielo en la mano izquierda, en tanto la derecha ilustra la teoría de las dos maldiciones.

Abandonar tus cornejas, tus yeguas, tus estrellas. Dejarlas a la entrada, en el infinito de los adioses. Deshacerte de los huesos que crujen, de la imposibilidad.

Bajar a lo más hondo del cielo. Se hunde lo que no existe. Pero los corros de los niños, la serpiente de los ejidos, la que se llama con todos los nombres. No, no los recuerdos.

Ármate de impaciencia, regresa a la fuente de los animales perdidos. Pero no los recuerdos, más bien la mano fría. Extraviada y recuperada, la mano de venas mercuriales.

Las campanas del pánico doblan, silenciosas, en las casas abandonadas de los lagartos. Tú te tiendes entre los animales cansados, entre los perros de la sal. Las perras del hastío.

Ella respira, la máquina muerta, en los escaparates uranios. Ella se levanta, la cabeza cortada del amor, sobre los edificios de los grandes bulevares, a la hora del búho. Y de su sombra de búho.

A la hora de los números amenazadores y de los párpados azules.

Pasado el primer puente de las garzas reales, se rechaza a los espectros, se les abraza.

Despertarse por la noche para entreabrir la puerta del cerebelo. Querer sentir el viento de alta mar, los planetas en la lejanía, las hogueras musicales.

Nudos de sombras que se deshacen en lo negro: qué perfecta es la luz.

¿Es vértigo esta luz en los labios ensangrentados? ¿Es luz esta foca que dormita sobre la piedra plana del corazón? ¿Es mañana esta vela negra en la bahía de los cormoranes?

Mañana, la música, la gaviota perfecta, el silencio del grito. El océano, el crespón del extravío, sus tambores velados, sus estandartes raídos, las aprensiones del cangrejo en la piel de agua de una charca. El océano, y nada.

La infancia, siglos para la piel. Él canta a grito pelado, acodado en la eternidad, su cráneo abierto por el viento de la pleamar. Bebe en las barras de la inocencia y de la crueldad.

Pronto, de nuevo, las desapariciones.

Traducción de Miguel Casado





Ni dios ni amo

                                                                                     Para Anne-Marie B. y Pierre P.



Él no se busca
anda por una calle blanca de pájaros

No sirve a ningún amo, ni siquiera al de las tabernas
el gran nervio en carne viva que rueda por las sendas de la infancia
que recorre el campo hacia el mediodía

Su columna vertebral, una bandera que sólo ondea
con el viento de los relámpagos

Un fuerte viento, él no busca nada más
una horda de venas duras, una mano
anudada en la sombra de sus pasos
Nunca se buscará

Retoma su camino, y aún es mediodía,
Se ensombrece el campo, él contempla la llanura,
sus siglos, sus fuegos abandonados, la crueldad,
el mar detrás del mar, el velero roído
por las nubes, el hocico del cielo
sobre la piedra más alta, las garras
del cielo sobre el adiós, sobre la cantina
y la sombra del bebedor

En los barrancos del cielo, el más amplio, el más acre,
ya no resonará el mediodía, sólo este adiós:
la cabeza ácida de un pájaro, sus huesecitos:
el reloj de la muerte

No sirve a ningún amo, ni siquiera a sí mismo
retomará su camino, y siempre es mediodía
retomará su camino, y cae la noche.

Traducción de Ildefonso Rodríguez





  

La teoría del amor



Sobre el musgo el riachuelo
las negras armas
melladas

Sin gritar, clava tus dulces dientes
en el vientre de la sombra
encontrarás los huesos la linfa
de los pájaros

si supieras cavar el mundo
hasta la saciedad
quemar los rastrojos luminosos
del olvido

Desciende, desciende allá
donde el río a los espejos se encadena

desmenuza entre tus dedos la hierba de las sepulturas

y celebrarás el escollo atento
los Sargazos del corazón
el ínfimo navegar

La teoría del amor: la ira del cielo
bajo la falda de la amante.                                          

Traducción de Cinta Moreso





Canción del pan seco

                                           Para Louis-François D. 



La noche de los príncipes sin princesas
la noche de los viejos zorros ahorcados
la noche herrumbrosa de las armas melladas

la noche de las habitaciones condenadas
el cantante con su voz de polvo

La pelirroja sus joyas de calavera
la morena que duerme en el desierto
la lana negra de sus besos

pero el día de las tumbas líquidas
el polvo de los espejos el cráneo
de aquella rubia la que muere cada día

La llave de la clínica ahí arriba
donde grita el cuervo de la ironía

sus amores de barbecho su corazón
de paja azul su cabeza de insecto

Pero la luz entre la luz
pero la luz bajo la puerta
y la muerte dentro de la cocina

La noche de las princesas idas
la noche de los armarios vacíos
la noche de los siglos a cuestas

La noche el día del pequeño simio
el pan seco del alba en la cama   

Traducción de Juan Pablo Roa






La voz del miedo

La voz de las estrellas perdidas



              i     

                                                                     

Los dientes del mundo
mascan el amor
a medianoche a mediodía
fluye el néctar se oxida
flor de los abismos

No despiertes al pájaro negro
que solloza en el armario
su picoteo su herida de sal
la sombra de lunas de mercurio

En el horizonte la nube de polvo
es el cangrejo y sus acólitos
su cielo su rosa su herida
el canto de la osamenta el agua viva
la canción de los marineros
las compuertas del cielo

Todo es negro
incluso la gallina roja
del hastío. Picotea
allá arriba la cabeza de la agonía
vuelven los rosales de la luna
muslos azules de lo negro 
que cae sobre lo negro

Todo es negro:
las habitaciones sin ventanas
abiertas hacia el amor la noche
de los prados la noche de nada
el trigo negro de los espejos
la escarcha que dormita
en los ojos del zorro

Todo es negro
incluso lo negro de la primavera
inclemente la sombra de los supervivientes


               ii 


Los dientes del mundo
trituran el amor
a medianoche a mediodía
el tiempo es su espejo

Que no despierte el ave oxidada
que dormita en el armario
se despierta insulta
la sombra ósea de la pájara

El niño merodea sueña 
entre las zarzas del cielo:
quien hoy muere
morirá mil veces

a lo lejos una voz
como una estrella perdida
el miedo y su voz 
sacuden la fortaleza

voz concisa de los desvelados
la sombra dispersa sus banderas
nuestros jardines gravitan
por debajo de la luna

Un cangrejo que sueña en la arena
amantes perdidos en el sótano
el mundo es quien sopla

La ventana está cerrada
el viajero se detiene
se vacía la gaviota del amor 
de su sangre echa a volar la gaviota 
no piensa en nada dice 
que no piensa en nada.


(Primavera de 2014)  
                                                                                    
                                                                                          Traducción de Juan Pablo Roa




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JEAN-YVES BÉRIOU (1948) reside en Barcelona desde 1987. 

En colaboración con Martine Joulia, ha traducido al francés a Antonio Gamoneda (Libro del frio, Antoine Soriano éditeur, y Libro de los venenos, Actes Sud), a Ildefonso Rodríguez (Mis animales obligatorios, Antoine Soriano éditeur), a Miguel Suárez (Voz del cuidado, Antoine Soriano éditeur) y a Olvido García Valdés (selección de poemas, Cadastre8Zéro). En breve, se publicará su traducción al francés de Filiación oscura del poeta venezolano Juan Sánchez Peláez.

Con Derry O’Sullivan, han traducido también el Lamento de la vieja mujer de Beare, largo poema anónimo en irlandés de los siglos VIII o IX (tercera edición en L’Escampette, 2006). Han publicado igualmente textos de sean-nós (traducidos al inglés, al castellano y al francés), el cante jondo a cappella del oeste irlandés (Dord an Ducháis/12 canciones tradicionales del Connemara, Coiscéim, Dublin, 2009). Actualmente trabajan en una antología de poesía de lengua irlandesa medieval.

Ha publicado tres libros de poesía: Le château périlleux (l’Escampette, 2003), L’Emportement des choses (L’Escampette, 2009) [El arrebato de las cosas, Paralelo Sur, 2015] y Le monde est un autre (L’Escampette, 2013). Algunos de sus poemas y textos diversos, traducidos al castellano, han sido publicados en las revistas El Signo del Gorrión, Zurgaí, Solaria, Falar/hablar de poesía, Millenrama, Revistatlántica, Animal sospechoso, Paralelo Sur, El vaso roto y Caravansari y las revistas en línea 7de7, Fronterad y TamtamPress.  

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